Pinocho en la Toscana

Ilustración para el cuento "Pinocho en la Toscana" de Mª Ángeles Artola, realizada por Marta Ruiz
Un relato de Mª  Ángeles Artola
Ilustración por Marta Ruiz

 

Corrías delante de mí en Florencia. Quise alcanzarte. Sin embargo, por las callejuelas frente al Palacio Pitti, te perdí.

Volvíamos a Luca y te vi de nuevo, como si quisieras jugar al escondite, entre curvas de la carretera y agazapándote en esos árboles que parecen fantasmas.

¡Os lo aseguro! Tomar un árbol. Cubrirlo entero de hiedra. ¡Parece vestido! Y dejadlo a merced del viento:

Las hojas de hiedra le taparán los ojos. Las hojas de hiedra le cubrirán las manos. Las hojas de hiedra formarán una larga cabellera… Y el árbol, ya es fantasma.

 

Pero, sigamos con Pinocho, sí. Sacaba los brazos y me saludaba desde esos árboles. ¡Qué divertido!

—“¡Pinocho, quédate conmigo! ¡Pinocho no te escapes más! ¡Pinocho, soy maestra y prometo hacerte feliz en las clases!”

Si quieres, Pinocho, aprendemos a leer por las calles.

Si quieres, aprendemos a sumar con los árboles.

Pero, Pinocho, ¡vuelve!

De nuevo, la carretera aburrida, triste y solitaria.

Ni rastro de él.

Te encontraré otro día. Sé que estás cerca. Sé que quieres jugar. Sé que…Te necesito, Pinocho. ¡Tal vez nos veamos en San Gimignano, entre sus torres, enormes chimeneas que nos saludan de lejos, cual lanzas que se atreven con el cielo o telescopios que investigan las estrellas. Te buscaré allí.

En aquella inmensa cuesta del pueblo de las chimeneas, el cansancio y pesar de no verte, de haberte perdido, se agolpaban en mi espalda como si de un gran peso se tratara. Me fallaban las piernas y jadeaba con mi respiración. Seguía subiendo la cuesta. Necesitaba un café o una bebida que me hiciera recobrar fuerzas y ánimo.

Entonces, allí al fondo, cerca de la plaza, pasaste corriendo asomando tu cabecita por uno de los soportales. Corrí a tu encuentro. ¡La emoción de verte me quitó cansancio y penas!

—“¡Te veo, Pinocho! ¡Espérame!, ¡un momento!”

Y paraste en la fuente.

Tú, también cansado.

Tú, el niño travieso.

Tú, niño de madera.

Tú, mi Pinocho.

Tan sólo unos minutos duró nuestra charla. Aquella que, ahora, intento recordar con cariño y precisión:

Me describiste la fea escuela, los amigos extraños, el recorrido en solitario hasta llegar a la misma, el nerviosismo del primer día,…

¡Nadie comprendió tus avatares!

Te escapaste sin rumbo.

—“¿Dónde ir? ¿Y mi papá!”

Tu intranquilidad aumentaba a medida que narrabas la historia. Entonces, te cogí de la mano. Todo cambió. Aquel muñeco de madera se convirtió en un niño apenado, lloroso y yo me convertí en la maestra más feliz al poder abrazarte.

Así estuvimos dos horas. ¿O tal vez fueron diez minutos? O quizás, tan sólo, fueran unos segundos, ya que por arte de magia, desapareciste…

Quedó en mí una sonrisa: Había hablado con Pinocho y eso no lo olvidaría jamás.

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