ESCENA 4
(Un hombre de casi setenta años, vestido con una túnica de color púrpura, entra por la derecha, camina lentamente al centro, mira adelante y espera, los brazos cruzados y una sonrisa un tanto artificial, de circunstancias. Después de unos momentos, un hombre de unos 45 años, vestido con traje al estilo persa, entra por la izquierda, acompañado de su aprendiz. Los visitantes se paran frente a Herodes, que los espera, saludando levemente con la cabeza.)
HERODES — Bienvenido a Judea, Doctor.
MELCHOR — Me honra, señor Gobernador.
HERODES — Y este joven encantador es su hijo, supongo.
APRENDIZ — Soy su aprendiz, señor.
HERODES — ¡Excelente! Y, según las apariencias, eres un aprendiz avanzado. (Respira con nostalgia.) Yo también fui un estudiante, hace muchos, muchos años. Demasiados. Bueno, ¿les gusta mi país?
APRENDIZ — Es precioso, señor.
HERODES — Tienes el don de la belleza, que no es tan abundante como se piensa. Ojalá y encuentres mucho con lo que disfrutar en Judea.
APRENDIZ — Gracias, señor.
HERODES — Y ahora, Doctor, dígame. Espero que mi centurión lo haya tratado en todo momento con el debido respeto.
MELCHOR — Así es.
HERODES — Me alegro. Porque si no, ¡lo pagaría caro! Pero permítame que me presente. Soy Herodes, Rey de Judea, designado como tal por el Senado de Roma. Uno de mis principales deberes es asegurar que se me informe inmediatamente de cualquier acontecimiento que pueda afectar al bienestar de mis súbditos. Es por esta razón que tengo un servicio de inteligencia tan eficaz. Se me ha informado que usted y su aprendiz acaban de llegar a Jerusalén desde tierras lejanas, y que usted ha dicho: “¿Dónde se encuentra el que ha nacido Rey de los Judíos? Porque hemos visto su estrella en el Este, y venimos a adorarle”. ¿Es todo esto verdad?
MELCHOR — Sí.
HERODES — Bien. Me han informado además que usted estudia las estrellas, y que entiende sus mensajes, así que podría guiar a aquéllos que anden en busca de fe.
MELCHOR — Le han informado bien. Ese es mi trabajo.
HERODES — Excelente. Entonces, ¿estaría dispuesto a explicar a alguien que no está tan bien informado como usted, cómo ha inferido, a través de las estrella, el nacimiento de un rey?
MELCHOR — La estrella de la realeza y la estrella de su pueblo se han acercado tanto como para crear lo que parece ser una nueva, única luz.
HERODES — En efecto. Mi astrónomo me informó de tal fenómeno hace cuatro meses. ¿Me podría decir cuándo lo observó por primera vez?
MELCHOR — Hace exactamente cuatro meses. Pero la continua, cuidadosa observación del cielo nos permitió predecir el fenómeno hace dos años.
HERODES — ¿Dos años?
MELCHOR — Sí.
HERODES — Impresionante. De todas maneras, la formulación de su pregunta parece sugerir que sus estudios no han revelado dónde se encuentra el futuro rey.
MELCHOR — Correcto.
HERODES — Espero que no se ofenda si me permito observar que ningún hombre, por brillante y educado que sea, puede estar bien informado en todas las materias. Parece evidente que usted no ha tenido tiempo de leer cuidadosamente nuestros textos sagrados.
MELCHOR — Confieso que eso también es correcto.
HERODES — Entonces escuche con atención, Doctor. Uno de nuestros profetas nos aseguró que nacería en Belén un gobernador que regiría todo Israel. Por tanto le encargo que vaya a Belén y busque por todos lados. Cuando haya encontrado al niño, vuelva aquí y cuénteme dónde vive, porque yo también deseo adorarle.
MELCHOR — Me pregunto, señor Gobernador, cómo puede ser que su eficaz servicio de inteligencia no haya localizado todavía al niño.
HERODES — Tenga en cuenta, Doctor, que los siervos de la autoridad, como no están guiados por lo divino, pueden identificar sin problemas a otros investidos de autoridad, y también a los que claramente violan la ley. Pero gentes humildes, gentes de bien, puede que pasen desapercibidos. Y recuerde que le recompensaré bien por sus servicios. Daré instrucciones a mi centurión para que los acompañe al camino que lleva a Belén.
(Se saludan.)
HERODES — Ha sido un placer conocerlo, Doctor.
MELCHOR — Estoy a su servicio.
HERODES — No lo detendré por más tiempo. Adiós.
MELCHOR — Adiós.
(El Rey Mago y su aprendiz salen. Herodes, sin moverse de su sitio, los sigue con los ojos.)
HERODES — Ahí lo tienen: como todos los buenos, éste tampoco entiende lo que es el poder. Podría mandar que un espía le siguiera, pero no podría confiar en el espía. No puedo confiar en nadie. Hay demasiada gente con razones para vengarse, o para aprovecharse. El peligro acecha a todos los que tenemos poder. ¿Estaré condenado ya por lo que contemplo hacer? Seguro: ¡Dios es justo! Pero no tengo nada que perder. Infinidad de condenas cuelgan ya sobre mi cabeza, por infinidad de transgresiones, como todos los que buscan el poder y lo consiguen. Así que en cuanto sepa dónde está el niño, mandaré que lo maten. Y el que lleve a cabo mi orden también se condenará. Así sea.
(Sonríe sin alegría, con una contenida violencia y amargura, y sale.)