Godorik lo miró con algo de sarcasmo, y volvió a preguntarse qué demonios habría hecho el doctor cuando vivía en la ciudad. Pero no le apetecía nada preocuparse de eso ahora; en cambio, había algo que lo inquietaba más.
—Antes de eso… —musitó—. Doctor, ¿ha oído usted hablar de la iniciativa 2219?
Agarandino abrió mucho los ojos, y Manni pitó con sorpresa.
—¿La iniciativa 2219? —dijo el doctor—. ¡Claro que hemos oído hablar de la iniciativa 2219! Pero ¿a qué viene eso ahora?
—Lo único que encontré en casa de ese Gidolet fue un mensaje escondido debajo de una alfombra, que decía: «pardillos, ahora lamentaréis no haber aprobado la iniciativa 2219». Pero no sé qué es la iniciativa 2219, así que…
—¡No me extraña que no lo sepas! ¿Qué edad tienes, treinta años? —preguntó Agarandino—. Esa iniciativa estuvo a punto de aprobarse hace unos catorce o quince años. Entonces no estarías tú como para pensar en política… seguro que te pasabas el día bebiendo con tus amigos, que es lo que hacen los jóvenes de ahora.
—No, no es exactamente eso lo que hacen los jóvenes de ahora —barbotó Godorik—. ¿De qué iba esa iniciativa?
—Era un proyecto del demonio —escupió el doctor—. Incluía varias cosas, pero lo más importante era que liberalizaba mucho el mercado de los implantes.
—Bueno, eso está bien —comentó Godorik—. El gremio de médicos lleva pidiendo a la Computadora exactamente eso desde hace ya mucho tiempo.
—Sí, pero lo que ocurría era que lo ponía por completo en manos de compañías privadas —bufó Agarandino—. Permitía, por ejemplo, que una empresa comercializase un tipo de implante sin estar obligada a informar al gran público de su funcionamiento, o de sus posibles peligros para la salud, siempre que un comité de expertos de la Computadora lo aprobase. ¡Era una barbaridad!