—¿Terroristas? —preguntó Mariana Pafel, gestora y residente del nivel 11. Debido a su trabajo, se suponía que estas cosas debían interesarla también profesionalmente.
—Un grupo bien vestido y armado que hablaba de cosas bastante siniestras —explicó Godorik—. Estaban en el patio de la oficina.
—¿Qué hacían ahí?
—¿Qué sé yo? Tampoco es el lugar que yo elegiría para discutir mis proyectos de destrucción.
—Por eso lo decía —se impacientó Mariana.
—Ya te digo, no sé qué hacían allí. Se marcharon inmediatamente en cuanto me vieron. —insistió él, y un momento después aguzó el oído—. Eso… ¿ha sonado un tiro?
—¿Un tiro? Yo no he oído nada —respondió Mariana.
Pero Godorik salió al balcón del apartamento, escamado.
—Creo que ha sido un tiro —aseguró, y escuchó otro ruido sospechoso—. ¡Otra vez! ¿Lo has oído? Voy a ir a ver qué pasa.
—¿A estas horas de la noche? —se quejó Mariana, cuya curiosidad profesional tampoco iba tan lejos—. Siempre estás metiendo la nariz donde no te llaman. Algún día acabarás mal.
—En realidad, tú eres la que debería ir a resolver lo que sea —le reprochó Godorik, mientras se ponía el abrigo—. Tú eres la que tiene responsabilidades aquí. Yo solo soy un empleado de patentes.
Ignoró el comentario sarcástico de Mariana mientras se iba del piso y bajaba las escaleras. Salió a la calle y se dirigió a paso rápido hacia el lugar donde le parecía haber oído los disparos. A medio camino, comprobó que no se había equivocado; escuchó un par de gritos, uno de ellos pidiendo auxilio, y otro tiro. Echó a correr.