—Bueno, me apetece —protestó él, pero a una mirada de ella concedió—. Tengo una amiga a la que le apetece mucho ver un circo de las afueras, pero no puedo llevarla yo solo porque parecería que es una cita, y se asustaría.
—¿Y es que no es una cita? —preguntó Nina, sentándose.
—¡Claro que es una cita! —su primo soltó una carcajada—. Pero no tiene que parecerlo. Por eso te lo pido a ti.
—Jean —dijo ella—, ¿quieres que vaya a hacerte de carabina en una cita que no tiene que parecer una cita?
—Vamos, Nina —se rió él—. Saldrás de casa, y te lo pasarás bien.
—¿En el circo? —respondió ella— Sabes que no me gusta mucho el circo, Jean. Será mejor que busques a otra persona.
—No puedo pedírselo a otra persona —suplicó él—. Vamos, Nina, por favor. Ayuda a tu pobre primo.
Así que Nina no pudo decir que no. Una semana más tarde, con la Navidad ya acercándose, se encontró acompañando a su primo y a una desconocida (que Jean le presentó como la señorita Annabelle Géroux) a un relativamente modesto circo de las afueras.
—Estoy tan emocionada —dijo la señorita Géroux—. Tengo tantas ganas de ver el circo.
Y eso fue prácticamente todo lo que Nina oyó de la señorita Géroux, puesto que inmediatamente después ella y Jean comenzaron a conversar como dos tortolitos, y se olvidaron de que Nina existía por el resto de la tarde. Nina, que ya se había esperado algo así, suspiró y se resignó a que no le quedaría más remedio, para entretenerse, que prestar algo de atención a la función.
La función resultó ser bastante entretenida. A pesar de que aquel circo era mucho más pequeño que el que Nina había visitado años atrás (y la chica no podía imaginarse por qué su primo y su acompañante habían elegido ese circo en concreto en lugar de uno más renombrado), Jean se había cuidado de reservar los mejores asientos disponibles, y los tres estaban sentados en primera fila, bloqueando la vista de espectadores más interesados. Nina se rió un poco con los payasos, asintió con aprobación al ver a los contorsionistas, y deseó tener a alguien que no estuviese absorto en flirtear con otra persona para poder criticar a los malabaristas, que eran bastante malos. Pero, como era una espectadora bien educada, los aplaudió igual que a todos.