—Oh, me gusta el teatro —afirmó ella—, y la lectura, y la ópera; y también la hípica y el patinaje artístico, aunque hace algún tiempo que no practico la primera, y mucho que no practico lo segundo.
Ray alzó ambas cejas, pero no contestó.
—¿Y por qué dejó de practicarlo? —preguntó, tras un momento.
—Solo lo hice cuando era pequeña —aclaró ella—. Ya sabe… actividades extraescolares, esa clase de cosas.
—Ya veo —respondió él.
—¿Y usted? —le tocó el turno a ella—. ¿Qué aficiones tiene?
—Uh… —titubeó él—. Bueno, me gusta tumbarme en el sofá con la radio puesta, y salir con algún colega, y… los juegos de mesa, supongo.
—¿Supone? —repitió Nina, divertida.
—No son ocupaciones tan sofisticadas como las suyas —se defendió Ray—, pero en mi defensa he de decir que hay juegos de mesa muy intelectuales.
—Algún día —sugirió ella, intentando no sonar burlona—, debería enseñarme uno de estos juegos de mesa intelectuales, señor Sala.
—Llámeme Ray —pidió él.
—Y usted llámeme Nina —sonrió ella, y un momento después se arrebujó en su abrigo; hacía ya un rato que el sol se había puesto, y estaba oscureciendo rápidamente—. Ray, ha sido una velada muy interesante, pero… me temo que tengo algo de frío.
—Discúlpeme —dijo él—. Soy un desconsiderado. ¿Dónde puedo acompañarla?
—A la estación del metro, si es usted tan amable —pidió ella.
Se encaminaron hacia allí. Ray la dejó junto al andén.
—Espero —dijo— que dijera usted en serio lo de que algún día tendré que enseñarle mis juegos de mesa.
—Por supuesto —ella sonrió—, pero no quiero molestarle.
—Creo que está claro que no me molesta —afirmó él—. Toda esta semana tendremos función, pero está usted invitada a venir cuando quiera. De hecho, también está invitada a ver de nuevo nuestro humilde espectáculo cuando lo desee, y me aseguraré de que el cajero mire hacia otro lado cuando pase usted… aunque, viendo que el circo no es santo de su devoción, no sé si esa es para usted una invitación muy agradable.
—No odio el circo, aunque usted se empeñe en creer lo contrario —protestó ella—. Quizás acepte su invitación.
—Eso sería bastante lisonjero —Ray soltó una risita—. Bien, entonces espero verla pronto. Buenas noches, señorita.
—Nina, señor Sala —le recordó ella.
—Buenas noches, Nina —corrigió él, llevándose la mano al sombrero que no llevaba, y se alejó silbando una alegre tonadilla.