—Pero ¡eso es estupendo! —exclamó Ciforentes—. Cuanta más gente se entere de lo que ocurre, mejor. Gidolet cuenta con que sus planes sigan siendo secretos. Si de verdad ese hombre es famoso, y hay posibilidades de que un gran número de gente vea este vídeo…
—No estoy yo tan seguro —gruñó Godorik por lo bajo. Pero enseguida añadió:—. Si de verdad es así, ¿por qué no han intentado ustedes ya hacer pública toda esta historia?
—¿No se lo he dicho ya? Porque la policía está comprada, y no seríamos los primeros a los que hacen desaparecer silenciosamente…
—Qué exageración —bufó Mariana.
Godorik exhaló un suspiro. A pesar de su propia experiencia con la policía, no podía dejar de estar de acuerdo con Mariana; el que toda la policía estuviese en manos de Gidolet le parecía imposible. Además, en su caso, aunque el Comisario había actuado de forma muy sospechosa, tanto el Subcomisario como el Vicecomisario le habían tomado en serio, y la actuación de su jefe parecía haberles extrañado tanto como a él.
No obstante, si resultaba que aquella gente tenía razón…
—Espere; entonces, ¿qué puede pasarle a este hombre? —preguntó, señalando la pantalla—. ¿Creen ustedes que está en peligro?
—Godorik, no empieces tú también —lo regañó Mariana—. Todo eso son cuentos de paranoides.
—Sí, Mariana, pero preferiría no arriesgarme —contestó él—. Al fin y al cabo, he sido yo el que ha metido a Merricat en todo esto. Si al final le pasa algo a causa de ello…
—Bien… no lo sé —dudó Ciforentes—. Quizás, siendo alguien tan público… y sabiendo todo el mundo que acababa de subir este vídeo… pues no sé. De todas maneras, lo que ha contado parecía más bien un cuento de hadas…
—Sí, se ha inventado la mitad —farfulló Godorik—. En fin, si Merricat no está en peligro inmediato, no pasa nada. Volvamos al tema. Conocen ustedes los planes de Gidolet y, por lo que veo, han conseguido organizarse escapando a su radar. ¿Qué exactamente están haciendo para detenerlo?