El interior de aquel habitáculo estaba bastante oscuro, pero se distinguían una serie de palancas y mecanismos extraños. Los raíles cruzaban toda la caja y llegaban hasta una abertura semicircular al fondo de esta, donde unas ruedas y unas poleas parecían cumplir alguna función importante.
—¿Qué será todo esto…? —se preguntó Godorik. Examinó el conjunto con algo más de atención; pero ni era ingeniero, ni se había interesado nunca demasiado por nada que tuviese que ver con ese campo, y no sacó gran cosa en claro. Trató de cruzar el arco y adentrarse más allá, pero se topó con una pared que terminaba ese camino apenas tres metros más allá. Si hubiese tenido aún sus propios pies, se habría dado cuenta de que estaba pisando tornillos y ruedas dentadas; pero todavía no estaba acostumbrado a sus (nuevos y superiores) pies electrónicos, y pasó esto por alto.
Confundido, volvió a salir. Salió también del cubículo, donde, después de verse deslumbrado y distraído por un momento por la gran cantidad de luz, avistó en el horizonte un punto negro móvil. Este punto se movía siguiendo los raíles, y, aunque no iba muy deprisa, no tardó ni un par de minutos en estar allí.
Precavido, Godorik se apartó de los raíles. El punto resultó ser un vagón, del tamaño de dos armarios puestos juntos y tumbados, aproximadamente; entró en la caja metálica y se detuvo frente al arco. Godorik, que sentía curiosidad pero que no sabía cuán seguro era acercarse en ese momento, asomó la cabeza.
Durante un momento no pasó nada; después se escucharon varias pitidos de diferentes tonos, y el vagón-armario sacó automáticamente cuatro varas metálicas y otros apéndices de su parte inferior. Sonaron más pitidos, pero durante un rato no pasó ninguna otra cosa; tanto, que Godorik comenzó a impacientarse. Ya iba a entrar y comprobar si podía averiguar qué había dentro del vagón cuando, sin previo aviso, una plataforma descendió tras el arco, posándose en el suelo donde antes Godorik no había visto los tornillos.