—Pierre es muy joven —protestó Capuleto.
—Yo también lo era cuando empecé —Ray se encogió de hombros.
Se hizo un silencio incómodo.
—Hablaré con el jefe —dijo Capuleto al fin.
—No, lo haré yo —dijo Ray—. Esto es cosa mía. Tú no tienes por qué asumir la responsabilidad de lo que yo haga.
—Iremos los dos —insistió Capuleto.
—Gracias —suspiró Ray.
—Sigues siendo un idiota desagradecido —le espetó Capuleto, que aún tenía que demostrar que estaba herido en lo más hondo.
—Querido… —murmuró Rosa.
Ray soltó una carcajada.
—Tú también eres como mi padre, Capuleto —confesó.
Capuleto hizo un gesto despectivo.
—Vamos a hablar con el jefe —gruñó, y se dirigió hacia la puerta. Ray miró a Rosa antes de salir también.
—Gracias, Rosa —dijo.
—Cuídate —contestó ella.