7. Los señores Mercier entran en escena
Nina consiguió hacer que Ray cambiara de opinión; y tanto que lo consiguió. Ray encontró trabajo muy pronto, concretamente, en la pizzería de Tony Altoviti; pero, bien entrado febrero, seguía viviendo en el apartamento de Nina, y empezaba a desistir de intentar convencerla de que debía marcharse. El lugar era pequeño, pero ningún lugar es demasiado pequeño para dos jóvenes enamorados, e incluso cuando Nina comenzó a agobiarse por la presión de aprobar los exámenes de su último año de universidad no notaron la estrechez. Ray estaba satisfecho trabajando para el guasón de Altoviti, y la rutina no parecía aburrirlo; Nina, cuya vida también había cambiado un montón desde el mes de diciembre, estaba feliz. Incluso Jean pasó a visitarlos un par de veces, y mantuvo la boca cerrada sobre todo lo que había dicho en la fiesta de Navidad; hasta pareció que, con el cambio de ocupación de Ray, la cosa empezaba a parecerle mucho más aceptable.
Entonces, un día, llamaron al teléfono.
—Hola, mamá —contestó Nina—. ¿Cómo estás?
La señora Mercier, al otro lado de la línea, dio una respuesta genérica, y ambas mantuvieron una conversación estándar durante unos minutos.
—Dime, hija —empezó entonces la señora Mercier—. ¿Estás ocupada?
—No —contestó Nina—. ¿Por qué?
—Tu padre y yo necesitamos hablar contigo de un asunto —anunció su madre—, a solas. ¿Tienes invitados ahora mismo, o podemos ir a verte?
Nina echó una ojeada a Ray, que estaba al otro lado de la habitación. Aún no le había dicho a sus padres que vivía con él, y, a decir verdad, no había tenido intención de hacerlo pronto.
—No —mintió, al fin—. Venid cuando queráis. Quizás… yo también tenga algo que contaros.
Cuando colgó, miró a Ray con expresión contrita, como si se disculpara.