—¡Ja, ja, ja! —se echó a reír este—. Pardillo.
El pobre Godorik se vio impulsado hacia atrás. Cayó al suelo, mientras forcejeaba por quitarse aquella mano electrónica de encima. Finalmente lo consiguió, pero solo un momento antes de que el jefe de los Beligerantes, que había vuelto a acercarse, se abalanzara sobre él.
Rodaron por el suelo, intentando noquearse mutuamente. El jefe seguía farfullando, y jactándose, a la vez que lanzaba puñetazos a diestro y siniestro; pero nadie escuchaba realmente lo que decía. Aprovechando la fuerza que le proporcionaba su cuerpo mecánico, Godorik tomó impulso rodando sobre su espalda, y consiguió tirar a su adversario de cabeza al suelo al mismo tiempo que se incorporaba.
El otro se levantó también, gruñendo algo ininteligible. Godorik, que ya había comprobado cómo se las gastaba, no esperó a que se recompusiera; saltando hacia él, le dio una patada en el estómago con toda la potencia de su pie metálico.
—¡Ugh! —barbotó el jefe, tambaleándose.
Intentó atraparlo de nuevo con su brazo telescópico, pero Godorik lo esquivó. Saltó hasta el techo, evitó por los pelos pegarse un golpe contra este, y se tiró contra el jefe, devolviéndolo al suelo.
El jefe le pegó también una patada con su propia pierna mecánica. Godorik casi salió despedido de nuevo, pero logró sujetarse al otro. Después de otro corto forcejeo, consiguió ponerse a su espalda y rodearle el cuello con los brazos, y mantenerlo así en una llave hasta que su adversario perdió el conocimiento.
Lo soltó un momento después, sólo tras asegurarse de que realmente estaba inconsciente. Entonces miró a su alrededor, encontrándose con caras de incredulidad, y se temió que toda aquella gente fuese a atacarlo en un momento.
Pero no; alguien exclamó «¡hala!», pero nadie se movió.
—Que se ha cargado al jefe de verdad —comentó alguien más.
Godorik decidió aprovechar la oportunidad.