—¡Yo no quería que te hicieran daño, Godorik! —exclamó—. ¡No pensaba que esto iba a ir así!
—Sí, sí, bueno —gruñó él.
Dio un par de pasos. Se sentía muy extraño; no le dolía nada, ni estaba mareado, pero sus pies no hacían exactamente lo que él les decía. Podía moverse, pero se sentía una marioneta de sí mismo.
—Adelante —dijo Coroles.
Godorik fijó la vista en su oponente, decidido a no perderlo de vista un solo instante. Estaba seguro de que no se había distraído, pero… ¿cómo había podido Coroles acercarse tan rápidamente? ¿Qué estaba pasando allí?
En la fracción de segundo en la que pensaba todo eso, Coroles se encontró de nuevo junto a él, con una rapidez imposible. Godorik saltó hacia un lado, tratando de esquivarlo en el último momento, pero el último momento ya había pasado; logró, no obstante, impedir que el otro le golpeara esta vez en la cabeza, y solo recibió un golpe en el hombro, no menos fuerte que el anterior.
No pudo parar a tiempo y se estampó contra la pared que tenía al lado, mientras Coroles volvía a detenerse.
—¡Pero muévete, Godorik! ¡Muévete! —le chilló Edri, desesperada.
Godorik la escuchó con frustración mientras resbalaba al suelo y volvía a ponerse en pie, tambaleante. El brazo en el que acabana de recibir el impacto tenía otra abolladura, y parecía responderle aún más lentamente. ¿Por qué le decía aquello esa mocosa? ¿Es que no veía que estaba haciendo todo lo que podía?
Temió que Coroles aprovechara aquellos segundos para atacarle de nuevo, pero no. El hombre se lo tomaba con calma, y no parecía dispuesto a lanzarse a por él antes de volver a preguntarle si estaba listo, lo que… no encajaba para nada con la idea que se había formado de aquel tipo en los veinte minutos que llevaba tratando con él.