17
Chen-Pang Tzu-Tang se convirtió en el mentor de Ícaro Xerxes y le enseñó todo lo que sabía, lo cual no resultó muy difícil porque Ícaro Xerxes tenía talento para absolutamente todo y aprendía más rápido de lo que cualquier maestro podía enseñar. A la edad de quince años, ya era un maestro del Crack-Fu (un arte marcial que era como el kung fu, pero más perfecta y evolucionada; y en realidad se parecía más bien al kárate y un poco al boxeo y a la gimnasia artística), así como de la estrategia militar; también manejaba la espada curva con tanta destreza como los guerreros de ojos rasgados de la Isla Perdida en la Niebla, y su puntería con el arco era tanta que podía acertar en el ojo derecho de la efigie de Abérchules el Grande grabada sobre una moneda lanzada al aire, a través de una pared y con los ojos vendados.
Entonces, todo fue horriblemente mal una vez más: las fuerzas del Bien invadieron las Montañas Místicas de Mur-Humm, con el pretexto de que el área estaba completamente contaminada y que las caprichosas nubes que rodeaban la alta sierra no eran otra cosa que vapores tóxicos que debían ser purgados. Sus amables servicios de evacuación trataron de hacer que el Gran Maestro Chen-Pang abandonara su refugio en lo más alto de la montaña más inaccesible, aduciendo graves riesgos para su salud, e intentando trasladarlo a una residencia donde sería atendido por profesionales y podría, a su ya avanzada edad, descansar por fin. El Gran Maestro Chen-Pang, tan maligno como su alumno, prefirió quitarse la vida antes que someterse a las fuerzas de la Benignidad; Ícaro Xerxes, en adelante Ícaro Xerxes Tzu-Tang, pues antes de morir el Gran Maestro lo había nombrado su sucesor, tuvo que contemplar como su reverenciado mentor se tiraba por la barandilla hacia el abismo. Inmediatamente juró venganza, pues sabía que eso era lo que Chen-Pang habría querido.
Puesto que conocía las Montañas Místicas como la palma de su mano, Ícaro logró escapar de los servicios sociales que tenían acordonado el que había sido su hogar durante los últimos años. Con nervios de acero, y sin dejar de repetirse que haría que el Bien lamentara la muerte de sus padres y su maestro, se encaminó al que sabía que era el último bastión del Mal: el Fuerte Oscuro de Kil-Kyron.