—No digo que no os defendáis si os atacan; solo que no ataquéis vosotros a inocentes. ¿Es que es eso tan difícil?
—Más de lo que te imaginas.
—Seguro que se puede intentar —vociferó el mismo que había hablado antes.
Normas chasqueó los lengua y apartó la vista, exasperado. Godorik señaló hacia el público.
—¿Ves? Alguien opina lo mismo que yo.
—Porque, a decir verdad, algunas de las cosas que hacemos son un poco cuestionables —siguió a la carga el tipo, que era el mismo del pelo rojo fosforito que le había ayudado a vencer a Coroles—. Quizás es hora de que nos replanteemos las cosas.
—¿Ves?, ¿ves? —insistió Godorik, mientras Normas intentaba gruñir algo en respuesta—. Este joven tiene razón, y seguro que no es el único que piensa así.
—Sí, sí que lo es —replicó algún otro, perdido entre la multitud.
—No, yo también estoy de acuerdo —contestó alguien más, y de repente todo el mundo empezó a murmurar y a hablar a la vez.
Normas dirigió a Godorik una mirada acusadora. Godorik, al que lo avanzado de la hora y las abolladuras en sus partes metálicas comenzaban a poner nervioso, vio su oportunidad.
—Bien, os dejo que lo discutáis entre vosotros —alzó la voz—. Volveré dentro de poco para ver qué habéis decidido.
—Pero… —protestó Normas.
—Y tú, resúmeme como puedas cómo funciona esta organización, ¿de acuerdo? —lo cortó Godorik—. Lo escribes en un papel, y me lo pasas cuando nos volvamos a ver. Hasta luego.
Normas le gritó algo en respuesta, pero Godorik ya le había dado la espalda. Agarró a Ran y a Edri cada uno de un brazo, y arrastrándolos tras sí se abrió paso entre los pandilleros, que empezaban a discutir acaloradamente. Se dirigió a toda prisa hacia las escaleras que habían subido para llegar allí, antes de que a alguien se le ocurriera detenerlo.