—Eso ha estado genial —le dijo Edri, entusiasmada, mientras bajaban al sótano—. ¡Zam! ¡Pum! ¡Pof! ¡Todo el mundo al suelo, y Godorik el justiciero es ahora el líder de los Beligerantes!
Y se echó a reír. Godorik la fulminó con la mirada.
—Con vosotros quería yo hablar —farfulló, mientras cruzaban el sótano y volvían al pasillo de la entrada.
—Con ella, será —carraspeó Ran—. Todo esto no ha sido idea mía.
—Lo de entrar en el almacén sí que fue idea tuya —se quejó Edri—. Escucha, Godorik, no queríamos ponerte en peligro, pero…
Godorik le chistó para que se callara un momento. Habían llegado ya a la puerta de la entrada, que, por supuesto, estaba cerrada a cal y canto.
—Ah, qué le vamos a hacer —suspiró Godorik, después de intentar abrirla por un momento; y de una patada hundió la puerta metálica y la desencajó de sus goznes. Esta cayó al suelo con gran estruendo—. Vámonos de aquí, rápido.
—Ven, síguenos —le dijo Edri—. Será mejor que nos alejemos de la Tubería cuanto antes.
Torcieron por una calleja y se quitaron de la vista de los pocos pandilleros que todavía deambulaban por allí. Godorik siguió a Edri y Ran, que conocían el camino, a través de un laberinto de callejones y pequeñas plazas de aspecto turbio, hasta que salieron a una avenida más concurrida.
—¿Dónde estamos?
—Mucho más cerca del Hoyo; desde aquí puedes volver a… a donde sea que vives.
Godorik miró a su alrededor con desconfianza, y después cogió a Edri y a Ran cada uno de un hombro.
—Escuchadme bien, vosotros dos. No me gusta nada que hayáis entrado en un sitio a robar, aunque sea a una pandilla; que os hayáis puesto en peligro; y que después hayáis pensado que podéis arreglarlo todo llamándome a mí, para que yo me lleve por delante a quien sea. Me parece una absoluta desfachatez, y si esto vuelve a pasar, me encargaré de que tengáis no solo una charla conmigo, sino también con la policía.