—¡Claro! —asintió el robot con un pitido muy animado—. ¡Mi casa es tu casa, mi té es tu té!
Con decreciente dificultad, Godorik bajó por las plataformas hasta llegar donde estaba Manni.
—No puedo creer lo que ha pasado —dijo—. ¿Puedes creer que…?
—¿Te persigue la policía? —preguntó Manni, dejando a Godorik atónito—. Será mejor que pases.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Godorik, mientras acompañaba al robot a través de los pasillos.
—Lo supongo —contestó Manni, con su pitido de encogerse de hombros.
Agarandino también recibió a Godorik como si ya lo esperase.
—Has vuelto más rápido de lo que yo pensaba —comentó.
—¿Por qué estábais todos tan seguros de que iba a volver? —protestó Godorik.
—Deja que te ofrezca unas pastitas de té —dijo Manni, desapareciendo rápidamente.
—Bueno —contestó Agarandino—, es lo que pasa cuando uno vive bajo la dictadura de una computadora tiránica e insensible.
—La computadora no tiene nada que ver con esto —se quejó Godorik, tomando asiento—. Ha sido el Comisario General el que ha actuado de una forma muy extraña… Estoy seguro de que oculta algo.
—Tu sociedad está podrida —afirmó el doctor, feliz.
—Ya —bufó Godorik—. ¿Puedo quedarme aquí un tiempo? No tengo a dónde ir, y necesito poner en claro todo lo que está pasando.
—Claro que sí —concedió el doctor—. Ya te he dicho que me has caído bien.
—Estupendo —dudó Godorik, con la mosca detrás de la oreja.