—La tecnología moderna es sorprendente —murmuró Godorik para sí, agarrándose a uno de los salientes que rodeaban la portezuela por la que se introducían los objetos. Se alzó a sí mismo de un tirón, y salió por esta a toda prisa, antes de que alguien lo viese; y, un instante después, ponía los pies en el suelo del nivel 1.
Algo confuso, oteó los alrededores; no había nadie cerca. La Columna Uno se veía desde allí, alzándose sobre los edificios como una hélice gigante. Se embozó en su chaqueta, temiendo que en el nivel 1 hubiese más cámaras y guardias más atentos que en los anteriores, y se dirigió hacia allí.
Pronto se encontró junto a la Oficina Central, que era un edificio estrecho de apenas un par de plantas, con la segunda rodeada de cristaleras; no tenía aspecto muy impenetrable, ni estaba guardada. Godorik se aproximó a la puerta, también de cristal, que tenía un sensor y un lector de pases; un letrero rezaba «Zona verde: la entrada a este edificio requiere el rango de seguridad verde». Este no era un rango excesivamente alto, pero aún así poca gente llegaba a él. Mariana, que estaba por encima, era ya una autoridad pública; Godorik, en cambio, había tenido hasta entonces un pase amarillo, como el común de los mortales. Si la entrada a la Oficina Central requería el rango verde, es que no había allí nada que fuesen secretos de la Computadora, pero aún así era información que por la razón que fuera no debía estar al alcance de cualquiera.
Godorik no fue tan estúpido como para acercarse demasiado a la puerta, y en su lugar dio un par de vueltas al edificio, buscando algún sitio por el que pudiera colarse. Las ventanas parecían todas selladas, y estaba seguro de que si rompía un cristal saltarían las alarmas. Sin embargo, tenía que haber algún agujero por el que pudiera entrar. Aguzando la vista, creyó ver una ventana corredera en el segundo piso, y se decidió a probar suerte; se agarró a una tubería y a un par de salientes ornamentales que tenía la pared, y escaló por ella hasta la segunda planta.