—¿Qué piensas hacer? —quiso saber Agarandino.
—Iré a hacerles una visita —dijo Godorik.
Manx soltó un pitido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Iré a sus casas y veré si alguno de ellos se ajusta al perfil de terrorista tratando de cargarse la ciudad —carraspeó Godorik—. No es que eso sea legal, pero creo que a estas alturas estoy en problemas de todas maneras.
—¡Estoy tan orgulloso de ti! —exclamó el doctor Agarandino, tras un momento de silencio; y abrió los brazos en señal de aprobación, con tan poco cuidado que el café de su taza acabó volando por los aires. Salpicó a Manni, a Godorik, al ordenador y a la mitad del cuarto, a todo excepto a él, que ni se dio cuenta de lo que acababa de pasar—. Eras un borrego sin mente, pero ahora estás emprendiendo el camino de resistencia a la Computadora, ¡y con tan buen pie! ¡Ven a mis brazos!
—Sí, bueno —gruñó Godorik, limpiándose la cara de gotas de café tibio, y con un gesto seco le quitó al doctor la taza de la mano—. No crea usted que comulgo con su secta anticomputadora. Solo intento evitar que ocurra un desastre.
—Bien, bien —se calmó un poco Agarandino, aunque parecía seguir convencido de que tarde o temprano su huésped pensaría como él—, poco a poco. ¿Y qué piensas hacer exactamente?
—Tengo sus direcciones, así que no hay mucho que pensar —explicó Godorik—. Mañana por la noche, porque ya es un poco tarde y no quiero ir de día, subiré al nivel 7 y entraré en casa de este tal Severi Gidolet. Después de la Oficina Central no creo que sea un gran problema… quizás le rompa una ventana, pero, como se ve que no es pobre, eso no me preocupa demasiado. Y, si tengo tiempo, subiré también al nivel 3 y haré lo mismo con el otro; aunque lo más probable es que eso tenga que esperar hasta pasado mañana. La noche es corta.
—Me parece un plan magnífico —aplaudió el doctor—, especialmente viniendo de alguien que hace unos días todavía era un ciudadano de bien.
—Vas a acabar en la cárcel —afirmó Manni, alegremente.
—Y que lo digas —bufó Godorik.