—¡Esos cerdos! —bramó el hombrecillo—. Son unos extorsionadores. Nosotros somos gente honrada, comerciantes del nivel 23… mi nombre es Jonaso Carpola, y este es Mónico Querri… y esos desgraciados, atracadores, malhechores, delincuentes…
—Bueno, bueno —tuvo que pararlo Godorik, porque el señor Carpola comenzó a deshacerse en insultos por lo bajo—. ¿Qué era lo que ocurría?
—Esos desgraciados, esos… —empezó de nuevo Carpola, pero luego volvió al grano— son unos cobardes que llevan varios meses amenazando a los honrados vendedores del nivel 23. Son parte de una banda que llegó un día y destruyó los postes de transporte del nivel 23 al 5, metiendo una carga de yogures sin embalar… no sé si escuchó usted eso…
—Sí, sí lo escuché —se impacientó Godorik.
—Bien, pues luego nos amenazaron a todos, y dijeron que destruirían el resto de los tubos de nuestro nivel si no les pagábamos —explicó el hombrecillo—. Ese es nuestro medio de vida; casi todo lo que vendemos es para abastecer a otros niveles. Muchos se acobardaron, y quisieron pagarles… pero otros dijimos que no… y yo quise dejarles las cosas claras y decirles que no eran más que unos matones de tres al cuarto, y una cosa llevó a la otra, y acabamos aquí.
—¿En el nivel 9? —se extrañó Godorik.
—Sí, sí —insistió Carpola, incómodo—. Ellos nos citaron aquí. Pero, usted…
—¿Qué pasa conmigo?
—¿Cómo ha hecho eso? ¡Ha sido magnífico! —exclamó el hombrecillo, disimulando mal su admiración; aunque un instante después gruñó—. ¿Es usted de la policía?
—En absoluto. Solo pasaba por aquí —repitió Godorik, en otro gruñido—. Y, hablando de la policía, están cerca. Lo mejor será que todos nos larguemos cuanto antes.
Esto pareció intranquilizar tanto al señor Carpola y su acompañante como intranquilizaba a Godorik; y con un gesto apresurado echaron a andar.
—¡Vamos! —susurró el señor Carpola—. ¡A los ascensores!