—No sé si eran mercenarios o no —suspiró Godorik—. No sé casi nada. Por lo que dijeron parecía que los habían contratado para algo, para… —hizo una pausa, intentando recordar— algo de una organización que quería ofrecer una verdad a alguien.
—¡Ajá! —exclamó el doctor—. ¿Y qué organización es esa?
—¿Y yo qué sé? —contestó Godorik.
—¿Cómo que y tú qué sabes? ¡Piensa, hombre, piensa! —siguió Agarandino—. Eso quiere decir que hay una organización entera que conoce los planes de ese falso Gidolet, o verdadero Gidolet, o lo que sea, y está intentando impedir que los lleve a cabo. ¡Son exactamente la gente que necesitas!
—Eso está muy bien, doctor —dijo Godorik—, pero ¿cómo voy a encontrar a esa gente, suponiendo que exista y que no estemos malinterpretando todo esto? No creo que vayan por ahí anunciándose, teniendo en cuenta que hay mercenarios armados detrás de ellos.
—Mmh… bien, no —concedió Agarandino, que sin embargo estaba convencido de que aquella pista era buena, y no quería soltarla—. ¿Y qué hay de los cadáveres que dices que viste cuando te dispararon? ¿Quién era esa gente?
—No lo sé —admitió Godorik.
—Podrían ser miembros de esa organización —insistió el doctor.
—O también podrían no ser nadie que tenga algo que ver con esto. De todas maneras, no sé sus nombres.
—¡Pero sabes dónde y cuándo los mataron! —exclamó el doctor—. Seguro que puedes husmear un poco por allí, y averiguar varias cosas. ¡Venga, hombre! No puedo creer que no se te haya ocurrido esto antes.
—No es tan mala idea —musitó Godorik, preguntándose también a su vez por qué no se le había ocurrido eso antes.
—¡Claro que no es mala idea! —volvió a insistir Agarandino—. ¡Si es que estás en Babia! Y nosotros estamos en Babia también, todo hay que decirlo, porque tampoco se nos ha ocurrido hasta ahora, pero siendo tu asunto y no el nuestro creo que eso es más perdonable…