Cualquier otro lugar · Página 19

Cuando la función terminó, y la gente comenzó a marcharse, Nina se acercó a la entrada de artistas, remoloneando, para ver si conseguía ver otra vez a Ray. Este no tardó mucho en asomar la cabeza por la cortina.

—¿Qué hace ahí? —soltó una carcajada, y abrió la cortina—. Pase usted.

Así que Nina se coló dentro de la tienda de los artistas. El primero con el que se topó fue con el sorprendente Rupertini.

—¿Qué es esto? ¿No es esta la señorita que encantó los pañuelos el otro día? —exclamó este, muy teatralmente, y preguntó—. ¿Cómo está usted? ¿Sigue practicando en casa el truco de los pañuelos?

—Corta el rollo, Amden —intervino Ray un poco molesto, a pesar de que Nina, divertida, iba a contestar que ya tenía la casa empapelada de pañuelos.

—Bueno, bueno —dijo Rupertini—. Qué humor tienes, hijo.

No solo Rupertini estaba allí, sino casi todos los artistas; los payasos se estaban quitando las narices, y el domador de animales le sacaba el tutú al perrito. Una joven, una de las ayudantes del domador, que se estaba quitando las medias, pareció sobresaltarse cuando vio a Nina. El jefe de pista, que seguía llevando su sombrero de copa multicolor, no se sobresaltó, pero tampoco pareció muy satisfecho.

—¿Quién es esta mujer? —preguntó—. ¿Qué hace aquí?

—La he hecho pasar yo, jefe —dijo Ray rápidamente.

—Aquí no puede entrar el público, y lo sabes —bufó el jefe de pista—. Lo siento, pero tiene que salir.

—Oh, vamos —protestó Ray.

—Escucha, me da igual qué rollete te hayas echado, pero lo mantienes fuera de esta tienda —el jefe de pista frunció el ceño, y Ray suspiró exasperado.

—No era consciente de que estaba molestando —intervino rápidamente Nina, ligeramente molesta—. Esperaré fuera.

—Espere —dijo Ray.

—Esperaré fuera —insistió Nina, saliendo.

Godorik, el magnífico · Página 145

Así que Godorik volvió a escaparse por la ventana del baño, mientras Mariana tomaba el más cómodo camino de bajar las escaleras y salir a la calle por la entrada del edificio. No solo eso, sino que decidieron también descender hasta el nivel 18 por separado; Mariana tomó los ascensores, a la vez que Godorik saltaba por el Hoyo, como ya era su costumbre.

—Hay que tomar precauciones —insistió este, varias veces—. Solo faltaría que intentasen detenerte a ti también.

—Me hacía ilusión ver cómo brincabas por el Hoyo como un saltamontes —se quejó Mariana, cuando volvieron a reunirse en el lugar convenido: un pequeño parque cercano a la calle donde vivía el señor Garvelto. Como este era el nivel 18, el tal llamado parque no se parecía mucho a lo que Godorik había visto en los niveles superiores, cuando había ido a investigar a los varios Gidolets: apenas había un par de árboles metidos en macetas, y el resto era todo cemento y metal.

Se dirigieron rápidamente a la casa de Isebio Garvelto. El edificio donde este vivía estaba hecho de ladrillos rojo oscuro, y se alzaba sobre unos cimientos altos, a modo de semisótano. Para llegar al portal había que subir una escalera.

Godorik se detuvo no muy lejos y estudió detenidamente el edificio, buscando un lugar por donde colarse. Pero en las construcciones del nivel 18, que eran mucho menos elegantes que en los niveles 7 o 3 y que estaban compuestas por apartamentos mucho más pequeños, era más difícil averiguar qué ventana podía corresponder exactamente a qué piso.

—¿Qué haces? —preguntó Mariana.

—Busco un lugar por donde entrar.

—¿Vas a asaltar la casa de ese pobre hombre igual que has hecho con mi cuarto de baño?

—¿Y qué quieres que haga si no?

—Llamar a la puerta.

—Pero…

Mariana hizo un gesto despectivo, y encaminándose hacia el edificio hizo sonar el portero automático del apartamento de Isebio Garvelto.

Cualquier otro lugar · Página 18

2. Altoviti Pizza & Pasta

 

A pesar de que, en efecto, el circo no era santo de la devoción de Nina, se encontró regresando unos días más tarde con la intención de volver a contemplar la función de las cuatro. Había aceptado la invitación de Ray, pero pensaba pagar la entrada; no le parecía adecuado no hacerlo. Pero no lo consiguió. Tuvo que esperar una cola un tanto lenta, y, cuando por fin le tocó, tuvo la mala fortuna de que Ray apareció en ese momento por la entrada de la tienda.

—¡Nina! —la saludó, sonriente—. Louis, no se te ocurra cobrarle a esta señorita.

Louis, que atendía la taquilla con cara de tonto, miró a Ray sin cambiar de expresión, y volvió a lo suyo un momento después.

—Pase —dijo a Nina.

—Ray —dijo ella—, esto es muy amable por su parte, pero no puedo aceptarlo. Si voy a ver la función, es justo que pague mi entrada.

—No diga usted tonterías —insistió Ray, tomándola de la mano para conducirla hacia la carpa principal—. Está reteniendo la cola. ¿Dónde quiere sentarse?

Quería sentarla de nuevo en primera fila, pero Nina protestó, aduciendo que ya lo había visto todo desde ahí, y que prefería contemplarlo ahora desde la última.

—Bueno, como quiera —se resignó él—. Espero que le resulte una función amena.

Y con una sonrisa cómplice se marchó de nuevo. Nina, que, sinceramente, no estaba muy segura de por qué había vuelto, soportó toda la función con estoicismo admirable, e incluso le resultó entretenida una vez más. A pesar de que sus expectativas estaban bastante altas, el número de Ray no la decepcionó; y aplaudió con entusiasmo cuando terminó. En la pausa, fue a comprar una bebida y unas palomitas, para compensar que no la habían dejado pagar la entrada; después, volvió a reírse con el perrito del tutú, que le parecía más gracioso cada vez que lo veía. Entonces salió de nuevo el sorprendente Rupertini, esta vez acompañado por una muchacha menuda de cara pecosa y simpática. Aunque sintiéndose mal por ello, Nina lamentó un poco que la pobre Belinda no siguiera enferma del estómago, y que Ray no tuviera que sustituirla en aquella función. Pero Belinda y el sorprendente Rupertini llevaron muy bien su espectáculo; aquella vez, para el truco de los pañuelos, sacaron a una niña de la primera fila, que miró al mago con cara desconsolada cuando el truco no funcionó y se rió con ganas cuando lo hizo.

Godorik, el magnífico · Página 144

—Seguro que ha habido desapariciones en otros niveles —refunfuñó Godorik, cuya confianza en la policía computerizada había alcanzado niveles mínimos—. En fin, no importa. Tendré que investigarlo yo.

—¿Qué piensas hacer?

—Visitar a ese Isebio Garvelto; ¿qué otra cosa puedo hacer? —gruñó él—. ¿Sabes dónde vive?

—Sí, tengo su dirección.

—Estupendo; apúntamela, e iré hacia allá —pidió Godorik.

—¿Ahora?

—¿Cuándo si no? La noche es joven.

—No creo que a ese señor le guste mucho que lo saquemos de la cama —gruñó Mariana, mientras apuntaba la dirección—, pero bueno, qué le vamos a hacer. Dame un minuto para que me vista.

—¿Es que piensas venir? —se sorprendió Godorik.

—¿Es que piensas impedírmelo?

—No, pero… ¿para qué?

—Para ayudarte; ¿no está claro?

—Mariana, voy a hacer cosas ilegales. Como asaltar domicilios, por ejemplo.

—Todo por el bien común —contestó ella, poniendo los ojos en blanco, y dejando a Godorik con la duda de si lo decía en serio o si se estaba burlando de él.

Mariana tardó apenas unos minutos en vestirse, y enseguida se pusieron en marcha. Ella ya había abierto la puerta del piso cuando Godorik dijo que él volvería a salir por la ventana del baño.

—¿Se puede saber por qué? Vas a destrozarme la fachada con tanto escalar.

—No quiero que me graben saliendo de tu portal —gruñó Godorik.

—Y te da igual que te graben saliendo de mi ventana —farfulló ella—. En fin, haz lo que quieras.

Cualquier otro lugar · Página 17

—Oh, me gusta el teatro —afirmó ella—, y la lectura, y la ópera; y también la hípica y el patinaje artístico, aunque hace algún tiempo que no practico la primera, y mucho que no practico lo segundo.

Ray alzó ambas cejas, pero no contestó.

—¿Y por qué dejó de practicarlo? —preguntó, tras un momento.

—Solo lo hice cuando era pequeña —aclaró ella—. Ya sabe… actividades extraescolares, esa clase de cosas.

—Ya veo —respondió él.

—¿Y usted? —le tocó el turno a ella—. ¿Qué aficiones tiene?

—Uh… —titubeó él—. Bueno, me gusta tumbarme en el sofá con la radio puesta, y salir con algún colega, y… los juegos de mesa, supongo.

—¿Supone? —repitió Nina, divertida.

—No son ocupaciones tan sofisticadas como las suyas —se defendió Ray—, pero en mi defensa he de decir que hay juegos de mesa muy intelectuales.

—Algún día —sugirió ella, intentando no sonar burlona—, debería enseñarme uno de estos juegos de mesa intelectuales, señor Sala.

—Llámeme Ray —pidió él.

—Y usted llámeme Nina —sonrió ella, y un momento después se arrebujó en su abrigo; hacía ya un rato que el sol se había puesto, y estaba oscureciendo rápidamente—. Ray, ha sido una velada muy interesante, pero… me temo que tengo algo de frío.

—Discúlpeme —dijo él—. Soy un desconsiderado. ¿Dónde puedo acompañarla?

—A la estación del metro, si es usted tan amable —pidió ella.

Se encaminaron hacia allí. Ray la dejó junto al andén.

—Espero —dijo— que dijera usted en serio lo de que algún día tendré que enseñarle mis juegos de mesa.

—Por supuesto —ella sonrió—, pero no quiero molestarle.

—Creo que está claro que no me molesta —afirmó él—. Toda esta semana tendremos función, pero está usted invitada a venir cuando quiera. De hecho, también está invitada a ver de nuevo nuestro humilde espectáculo cuando lo desee, y me aseguraré de que el cajero mire hacia otro lado cuando pase usted… aunque, viendo que el circo no es santo de su devoción, no sé si esa es para usted una invitación muy agradable.

—No odio el circo, aunque usted se empeñe en creer lo contrario —protestó ella—. Quizás acepte su invitación.

—Eso sería bastante lisonjero —Ray soltó una risita—. Bien, entonces espero verla pronto. Buenas noches, señorita.

—Nina, señor Sala —le recordó ella.

—Buenas noches, Nina —corrigió él, llevándose la mano al sombrero que no llevaba, y se alejó silbando una alegre tonadilla.

Godorik, el magnífico · Página 143

—Oficialmente es así, y este señor en concreto no se pasa por aquí nunca. Sin embargo, varias personas han visto la persiana del sitio abierta en horas extrañas, y luz saliendo de ella.

—¿Y han informado de eso? —se extrañó Godorik—. ¿Qué es esto, el nivel espía-lo-que-hace-tu-vecino?

—La mayor parte de ellos pensaba que se trataba de un robo —explicó Mariana—. De todas maneras, muchas de estas quejas son antiguas, así que no hay manera de saber si esto continúa o no. En su momento se dijo al propietario que se habían visto tales hechos, y él ignoró estos avisos por completo, hasta que lo llamé y me dijo algo del estilo de que «eran sus primos, que a veces iban a buscar cosas», y que lo dejaran en paz. Por supuesto, no volví a preocuparme por el asunto, y los vecinos también dejaron de dar parte de ello.

—El local frente al que se encontró la sangre, dices —rumió Godorik, recordando de repente—. Aquella noche, la persiana estaba entreabierta. De hecho, yo pensé… Pensé que era una tienda, y que los muertos eran los dependientes.

—No es una tienda —confirmó de nuevo Mariana—. Esto parece una pista.

—¿Quién has dicho que es el propietario?

—Déjame ver… —Mariana pasó a otro archivador—. Aquí lo tengo. Se llama Isebio Garvelto, y es un jubilado residente del nivel 18.

—¿Un jubilado?

—Sí, tiene casi setenta años.

—Hmmmm… ¿y dices que la policía no ha investigado nada de todo esto?

—No creo. ¿Debería?

—¡Claro que debería! Han muerto varias personas, y es bastante evidente que ahí ha pasado o está pasando algo raro.

—Encontraron manchas de sangre, sí, pero no han identificado a ninguna posible víctima.

—Porque las tiraron por el Hoyo, ya te lo dije.

—Pero la policía no sabe eso —insistió Mariana—. En cualquier caso, lo que quería decir es que no se ha denunciado ninguna desaparición, así que no hay de qué sospechar.

Cualquier otro lugar · Página 16

—¿Me equivoco? —insistió él.

—No sé qué tipo de persona esperaría usted encontrar en el Circo Berlinés —protestó ella—. Si lo que me pregunta es si he estado en circos más grandes… sí, pero solo una vez. Ya le he dicho que no soy mucho de ir al circo.

—¿Y su primo escogió nuestro circo solo porque era un lugar apropiado para ligarse a su rollete? —soltó Ray.

—Está usted siendo bastante impertinente —respondió Nina.

Él suspiró.

—Perdóneme. No era mi intención —dijo—. Pero no me equivoco, ¿verdad?

—No tengo ni idea de por qué Jean quería venir aquí —afirmó Nina—. Pero, si lo que intenta es insinuar que soy una especie de princesa esnob que solo ha venido a su circo a burlarse de los pobres mortales, he de decirle que está muy equivocado. Aprecio y admiro su trabajo, a pesar de haber estado, y le repito que solo una vez, en un circo con algo más de presupuesto.

Ray la miró a los ojos.

—Es usted de armas tomar —dijo al fin.

—Insinúa usted cosas un tanto atrevidas —contestó ella. Él se echó a reír.

—Se lo advierto, no quiere usted oírme insinuar cosas «un tanto atrevidas» —provocó.

—No, no quiero —cortó Nina, tajante—, y por tanto le ruego que no lo haga.

—Es usted de armas tomar —repitió él—. Por favor, no se ofenda.

—No estoy ofendida —dijo ella—, pero me temo que se está usted imaginando cosas que no son.

—Bueno, dejémoslo ahí, pues —suspiró él—. Dice que no le gusta el circo. ¿Qué le gusta?

Godorik, el magnífico · Página 142

—¿Qué quieres decir?

—Eres la gestora de este nivel, ¿no? Tienes que haberte enterado si se han producido varios asesinatos, o si ha desaparecido gente.

—Godorik, eso es cosa de la policía. Yo soy gestora, no detective, ni la niñera de todo el mundo… —gruñó Mariana, aunque luego reflexionó—. Hubo una investigación porque una calle cerca de aquí amaneció llena de manchas de sangre. La policía tomó muestras, y se dijo que iban a hacer análisis de ADN. Sin embargo, luego no supimos nada más; como tampoco ha habido denuncias por desapariciones en el nivel, no se confirmó ningún asesinato, ni nada parecido.

—Y sin embargo yo vi tres cadáveres.

—No lo digo por dudar de ti —carraspeó Mariana, y dándose la vuelta se dirigió hacia la estantería y empezó a consultar unos ficheros—. Simplemente, eso es de lo que nos ha informado la policía.

—Si han hecho análisis de ADN y todo, deben de saber a quién pertenecía la sangre. A estas alturas hay poca gente en la ciudad que no esté en el Registro de Tejidos Orgánicos —gruñó Godorik.

—No, hay bastante —lo contradijo Mariana—. Los medios son muy alarmistas con esas listas, pero lo cierto es que ni media ciudad está registrada ahí.

—Aún así, estoy seguro de que la policía sabe algo —se ofuscó Godorik—, y lo están ocultando.

—¿Qué sé yo? —protestó Mariana—. Pero hay otra cosa con la que sí puedo ayudarte.

Le alargó un papel que había extraído de uno de los ficheros.

—¿Qué es esto?

—Protestas de los vecinos de la calle en la que apareció la sangre porque en la calle no dejaban de escucharse ruidos extraños durante las madrugadas —resumió Mariana—. Las quejas cesaron el día después de que te dispararan; al parecer, ya no se dan esos ruidos. También —siguió rebuscando, y entregó a Godorik un segundo papel— hay gente que ha dicho que el local frente al que se encontraron las manchas, que pertenece a un señor del nivel 18 que lo utiliza como trastero…

—¿Alguien del nivel 18 que utiliza un local en el nivel 11 como trastero? Venga ya.

Cualquier otro lugar · Página 15

—No, muchas gracias —respondió ella—. En verdad, solamente estaba dando un paseo.

—¿Me permite entonces que la acompañe en su paseo? —preguntó él.

—Será un placer —contestó ella.

Vagaron por los alrededores, aprovechando las últimas horas de luz. Hacía frío, pero ninguno de los dos parecía notarlo.

—Llevo mucho tiempo en el circo —explicó Ray, mientras conversaban—. No todo el tiempo en este circo, claro está. Pero he estado mucho tiempo yendo de espectáculo en espectáculo. Es un poco cansado… pero tiene sus recompensas.

—Supongo que la vida ambulante será muy divertida —aventuró Nina—, y llena de emociones.

Ray se encogió de hombros.

—Llena de emociones, sí —asintió—. Divertida… es divertida un tiempo, pero uno se cansa de todo. Me refería más bien a otro tipo de recompensas —sonrió, y agregó, con tono pícaro—. Como, por ejemplo, conocer a una joven hermosa en un momento inesperado.

—Es usted peor que mi primo —rió Nina.

—¿Y qué hay de usted? —preguntó él—. ¿A qué se dedica?

—Estudio filología francesa en la universidad —dijo ella—. Mi familia dirige una serie de empresas, y en ocasiones tengo que hacer de cara pública… aunque no muy a menudo. Desde luego, no es una vida tan interesante como la suya.

—¿Una serie de empresas? —se extrañó él—. Empiezo a comprender cómo es usted tan elegante… ¡es usted una señorita de las auténticas!

—No sé qué quiere decir con eso —se ruborizó ella.

—Digámoslo así: no es usted el tipo de persona que yo esperaría encontrar en el Circo Berlinés.

Nina no contestó.

Godorik, el magnífico · Página 141

—Eso ha sido fácil —gruñó para sí, tomando nota mental de que tenía que decirle a Mariana que tomase más precauciones, para que no pudiese entrar cualquiera en su piso. Se sacudió un poco la suciedad de la calle, y abrió la puerta del baño. Nada más dar un paso fuera de este, sintió la boca de una pistola en la nuca.

—¡Alto ahí! —oyó la voz de Mariana—. ¡Manos arriba!

—Mariana, soy yo —dijo Godorik, levantando, no obstante, las manos por si acaso. Por suerte, un segundo después el cañón se había retirado.

—Ah, tú —contestó con un suspiro Mariana, que estaba en bata y parecía montar guardia junto a la puerta de su propio baño—. No me has dicho que venías; ¿es que quieres que te pegue un tiro?

—Bueno, no esperaba que lo hicieras. ¿Qué te ha entrado?

—¿Que qué me ha entrado a mí? ¿Crees que puedes colarte en mi cuarto de baño, así sin más, haciendo ruido y todo, y que yo voy a quedarme tan tranquila y ver quién viene a visitarme?

—Qué paranoide te has vuelto —comentó Godorik, y ambos se abrazaron.

—Tengo razones para ello —gruñó Mariana, un instante después—. Godorik, la ciudad está cada vez más rara. Algo está pasando.

—A mí me lo dices.

—¿Qué haces aquí?

—Escucha, Mariana… ¿Te acuerdas del día que me dispararon?

—Claro que me acuerdo: me acuerdo de que escuchamos un ruido, te pusiste chulo y te largaste, y no volví a saber de ti hasta que seguí tu localizador. Estaba preocupada, ¿sabes?

Todo esto lo dijo Mariana con un cierto retintín. Godorik se encogió de hombros y se lo sacudió de encima.

—Ese ruido que oímos fueron disparos. Le habían disparado a… creo que eran tres personas; cuando yo llegué ya estaban muertos.

—Sí, me contaste eso.

—¿Qué sabes de ello?