Godorik, el magnífico · Página 88

Saltó a la calle, y se dedicó a buscar un poste de transporte. No pensaba volver a coger el ascensor, de ninguna manera, y ni siquiera bajar por las escaleras le parecía una buena idea. Tardó un buen rato en encontrar un poste de bajada; al parecer, los residentes del nivel 3 no tenían por costumbre hacer envíos a otros niveles. Por si fuera poco, el poste que encontró era excepcionalmente estrecho, y tuvo que encogerse para poder pasar por la portezuela. Una vez dentro, le costó mucho trabajo bajar; y casi se quedó atascado a mitad de camino.

—¿Por qué estoy haciendo esto? —se preguntó de repente, muy frustrado—. ¿A mí qué me importa qué le pase a la ciudad? ¿Qué ha hecho la ciudad por mí?

Consiguió llegar hasta el nivel 4, y bajó hasta el 5 antes de decidirse a dejar aquel poste tan estrecho y buscarse uno más ancho. Tuvo que dar otras pocas vueltas, lo que no hizo sino aumentar su frustración; pero logró dar con uno en el que cabía perfectamente, y bajó por él casi veinte niveles con mucha más rapidez.

En el nivel 25, ya cansado, y convencido de que cualquier grabación institucional que pudiera estarse realizando de los alrededores no vería jamás la luz del día, sacó las piernas por la portezuela del tubo y se dispuso a descansar un poco. Estaba de muy mal humor, y todavía le seguía dando vueltas a lo que había pensado un rato antes: ¿por qué estaba haciendo aquello?

—Si la ciudad se va al garete, estaremos todos en problemas, es cierto —refunfuñó—. Pero ¿por qué voy a encargarme yo? Es cosa de la policía. ¿Por qué estoy bajando tubos como un estúpido cuando podría…? —y se interrumpió, porque la única alternativa que de momento se le ocurría era quedarse a vivir con Agarandino y Manni dentro del apestoso Hoyo, y eso no parecía una perspectiva muy agradable. Esa idea lo fastidió aún más; pero no tuvo tiempo de pensar mucho sobre ello, porque un momento después entró en su campo de visión una jovencita de pelo largo y cara aniñada.

Una bala para el príncipe · Capítulo VII

Capítulo VII

Las conferencias internacionales no tardarían mucho más en empezar, y el duque Onerspiquer, como su organizador, trabajaba a todo trapo para asegurar que todo estuviese listo para la fecha de la inauguración. Era un hombre tan estirado, sin embargo, que apenas se alteraba por nada, y no parecía en absoluto que estuviese estresado o ni siquiera ocupado; al contrario, su actitud era la de alguien que tiene tiempo para todo y que está seguro de que solventará sin problema cualquier dificultad.

Aquel día, el insigne duque estaba enseñando a sus Altezas Reales el lugar en el que se celebrarían las conferencias, el palacio de congresos de Navaseca. Este era un edificio enorme, de reciente construcción, erigido al estilo más moderno; tenía paredes exteriores de arenisca verde, e interiores de mármol rosa falso (porque, por mucho que Navaseca quisiera darse aires de ciudad rica y solvente, revestir el palacio de congresos de mármol rosa verdadero habría costado una fortuna que ni siquiera su pródigo alcalde estaba dispuesto a desembolsar), y estaba coronado en su salón principal por una enorme claraboya circular un tanto asimétrica, como era la última moda en arquitectura. El duque Onerspiquer, que no soportaba estos nuevos caprichos de la construcción, habría con mucho preferido celebrar aquel evento en el edificio del ayuntamiento, que era mucho más antiguo y, para su gusto, respetable; pero se había visto obligado a admitir que este era demasiado pequeño, y que solo el monstruoso palacio de congresos cumplía los requerimientos necesarios para albergar semejante acontecimiento. Así que no parecía muy satisfecho mientras guiaba a los príncipes a través de las enormes galerías del edificio; al contrario, criticaba cuanto le era posible criticar, y en general hacía un muy pobre trabajo vendiendo la resolución a la que él mismo había llegado.

—… y los servicios están un poco alejados del salón principal —decía en ese momento—, y en la parte sur, así que durante la tarde se recalientan más de la cuenta…

—Está bien, está bien —intentaba reconciliarlo Eduardo con su propia decisión—. Estoy seguro de que no será un gran problema.

—No, pero quizás la claraboya del salón sí lo sea —insistió el duque—, porque la iluminación que produce en el centro de la sala… y tanto sol entrando en el interior…

Detrás de Eduardo y de Onerspiquer, el príncipe Carlos bostezó sonoramente. Llevaban ya casi una hora en aquel infructífero tour, escuchando las incesantes quejas del duque sobre el edificio que él mismo había señalado como más idóneo para celebrar el evento; y el segundo príncipe se estaba aburriendo soberanamente. Lo llevaba incluso peor que Ludovico, que, como la mayor parte de las obligaciones principescas quedaban muy lejos de su esfera de intereses, estaba acostumbrado a tener que participar en toda clase de cosas que no le llamaban la atención en absoluto; y que seguía ahora a sus hermanos mayores y a su anfitrión tan resignado como dispuesto a ignorar todo lo que ninguno de ellos dijera.

De vez en cuando, el duque Onerspiquer les presentaba a alguno de los trajeados señores que rondaban por allí, y que en su mayor parte eran asistentes a las conferencias que al igual que ellos estaban haciendo una primera vista al palacio. Al principio, Carlos había agradecido estas espontáneas interrupciones de la monótona crítica de Onerspiquer, pensando que si tenía una oportunidad de entablar conversación con estos señores también la tendría de entretenerse; pero sus esperanzas habían resultado en vano, pues los nobles señores y acaudalados burgueses que se encontraban cambiaban apenas con ellos un par de palabras sin significado, y después seguían su camino y los dejaban a ellos seguir el suyo. Decepcionado, Carlos perdió todo interés, y ya ni siquiera se molestó en hacer valer su carisma frente a aquellos aburridos transeúntes.

—Las columnas de este pasillo fueron diseñadas por el afamado arquitecto Juan Belnovena —contaba en ese momento Onerspiquer, con evidente disgusto hacia las columnas y a su creador—, un tanto arribista este señor y sus gustos al estilo extranjero, en mi opinión… ¡Ah!, allí veo a alguien que también tengo que presentar a sus Altezas; un muy renombrado participante.

A ellos se acercaba un hombre robusto, casi gordo, de pelo negro y sombrero alto, muy bien vestido en todos los aspectos. Se detuvo a pocos pasos de ellos, y cambió unas palabras con Onerspiquer, sin dejar de juguetear con la cadenita de su reloj de oro.

—Permítanme presentarles al conde Federico Nor, cuya residencia no está muy lejos de aquí, y que está muy interesado en los nuevos modelos de comercio. Conde Nor, sin duda no es necesario que le presente a sus Altezas Reales, los príncipes de la nación.

El conde Nor hizo una exagerada reverencia.

—Es un gran honor ser presentado a sus Altezas —dijo—. Estaba ansioso de conocerles desde que oí, por mediación del duque Onerspiquer, aquí presente, que acudirían a estas conferencias. ¡Qué gran oportunidad para el comercio internacional, y para el progreso del país!

—Así es, conde Nor —contestó Eduardo, un tanto cohibido—. Me alegra saber que contaremos con su presencia en las conferencias.

—Son absolutamente necesarias para mantener a la nación en su línea de avance y modernidad, estoy seguro —continuó el conde Nor—, y así se lo dije a Onerspiquer, ¿no es así, duque?

El duque Onerspiquer, que no estimaba al conde Nor mucho más de lo que estimaba al pobre arquitecto que había diseñado las columnas de aquella galería, gruñió en respuesta algo ininteligible.

—Gracias por su apoyo, conde Nor —dijo Eduardo, que tampoco había conseguido desentrañar la respuesta del duque—. Espero verle durante las conferencias.

—¡Por supuesto, por supuesto! —exclamó el conde Nor, muy alegremente—. No quiero entretenerles más. En las conferencias nos veremos.

Se despidieron cordialmente, y los príncipes y el duque Onerspiquer continuaron su recorrido por el palacio de congresos. El conde Nor los observó marcharse, y a medida que se alejaban su sonrisa se fue convirtiendo gradualmente en una más malévola.

—Y esas conferencias serán el último lugar donde nos veremos, queridos príncipes —musitó para sí, y se encaminó en dirección contraria dando vueltas a su ornamentado bastón.

Herodes y la Estrella · II

ESCENA I

(Entra el Pastor por la izquierda, apoyado en su cayado mientras camina. Cuando llega al centro del escenario, se para y descansa, mirando con desaliento adelante.)

PASTOR ¿Cómo se puede seguir así? ¿Por cuánto tiempo? Hay tanta gente pobre que ya hasta nadie se puede permitir una túnica nueva. Los tejedores pasan hambre. Nadie compra lana. Mi fiel perro está tan delgado que se le adivinan las costillas bajo la piel. Y a pesar de eso, sigue cuidando del rebaño para que yo pueda echar la siesta. ¿Y qué hace César, viéndonos cómo estamos? Nos manda pagar impuestos. ¿Impuestos para qué? ¡Para pagar a sus legionarios para que nos mantengan cautivos! Y nuestros rabinos nos dicen que recemos, que paguemos el diezmo a la sinagoga, que Jehová es justo, ¡Dios todopoderoso, ¿dónde está tu justicia?! ¡Habla! ¡Contéstame! ¿Qué fe puedo tener en un dios silencioso? ¡Responde!

(Un acorde de música suena, bello, ligero. Aparece un Ángel. El pastor cae de rodillas.)

PASTOR ¡Oh, no-no! No fue eso lo que quería decir, ni una palabra de lo que pronuncié siquiera. Estaba hablándome a mí mismo. Jamás diré nada de eso otra vez. Nunca. Y ni tocaré una gota de vino. Y en la vida miraré a una mujer, nunca, ni siquiera a mi propia esposa. ¡Soy un buen hombre! De aquí en adelante, a rezar y pagar el diezmo. Y a trabajar. Y se acabó. ¡Por favor! He dicho que lo siento muchísimo, no quería decir eso en absoluto, ni una palabra.

ÁNGEL ¡No tengas miedo! Te traigo buenas nuevas, a ti y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Porque hoy ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, nuestro Señor. Y ésta es la señal: encontraréis al niño envuelto en pañales en un pesebre. ¡Aleluya! ¡Paz y esperanza al mundo!

(Sale al Ángel, acompañado por el mismo acorde de antes.)

PASTOR ¡Un salvador! ¡El Mesías!

(Se levanta, como iluminado. Se dirige a la derecha, habla con gran entusiasmo, casi gritando.)

PASTOR ¡César! ¿Oíste eso? ¿Me oyes a mí ahora? ¡Por supuesto que no! Pero te lo digo de todas maneras: ¡El Mesías ha llegado! ¡Tu imperio se derrumbará! ¡La gente conquistada marchará triunfante por todas las calles! ¡Tus esclavos estarán libres al fin! ¡LIBRES! ¡LIBRESSS!

(Se va, corriendo tanto como su cansancio y salud le permiten.)

CORO DE CANTANTES, que puede estar fuera del escenario, o a un lado, como el coro griego.

FUM, FUM, FUM (Villancico tradicional)

¡Fum-fum-fum!

¡Fum-fum-fum!

Veinticinco de diciembre.

¡Fum……!

Veinticinco de diciembre.

¡Fum……!

Un niñito muy bonito

Ha nacido en el portal.

Con su carita de rosa

Parece una flor hermosa.

¡FUM-FUM-FUM!

Autores: Charles Frink & Resurrección Espinosa

Godorik, el magnífico · Página 87

En cualquier caso, no descubrió nada sospechoso de ser una cámara, y tampoco cayó ninguna red del techo para atraparlo en los siguientes treinta segundos. Godorik se preguntó si debería quizás tratar de abrir la puerta; era posible que eso sí accionase una alarma, lo que no parecía muy buena idea, pero posiblemente de esa manera conseguiría verse las caras con el tal Nicodémaco Gidolet que había montado todo aquello. Si es que ese hombre existía, y era el propietario del lugar; porque los datos del registro también podían ser falsos, y Godorik empezaba a no estar seguro de nada, y a pensar que al igual que en el caso de Severi Gidolet no sabía dónde se había metido, pero que no parecía ser nada que tuviese que ver con él.

Pensándolo mejor, decidió no abrir la puerta. Podía encontrarse de repente en problemas serios; y si aquella encerrona, como parecía, no tenía nada que ver con él, lo que averiguaría probablemente tampoco le serviría para nada. El riesgo no compensaba la posible recompensa, y aunque le fastidiaba un poco haber ido hasta allí para volver con las manos vacías, tenía que asumirlo: ninguno de los dos Gidolets que había seleccionado del Registro parecía ser su hombre.

Desquitándose con un ruidoso suspiro, Godorik volvió a colarse por la ventana, y una vez fuera se preocupó un poco por el agujero que había dejado en el cristal. En el caso de Severi Gidolet también le había disgustado ir por ahí fastidiando propiedad privada, pero al menos aquel hombre vivía en su casa, y podía arreglarlo pronto; pero este agujero probablemente se quedaría allí un tiempo, y siendo bastante visible desde la calle llamaría la atención, y la gente empezaría a preguntarse cómo demonios podía hacerse en el vidrio de la ventana un agujero tan extraño, y quién se dedicaba a ello. Pero ya no tenía remedio, y como Godorik no pensaba que nadie más supiera de la existencia del AgaraCristal, versión 3.1 mejorada (y menos aún si el doctor Agarandino llevaba diez años sin pisar la ciudad), no se inquietó mucho más por ello.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 60

60

Ícaro Xerxes había subido la colina con tanta diligencia que a pesar de ser un atleta consumado se había quedado sin aliento. A pesar de ello, no dejó de correr una vez hubo llegado al portón del fuerte; al contrario, siguió trotando escaleras arriba y atropellando a transeúntes despistados hasta que irrumpió en el salón del trono como una exhalación.

—¡Gran Emperador! —gritó, abriendo la doble puerta de la sala de un golpe seco—. ¡Gran Emperador, el Bien ataca!

Una desconcertada limpiadora, que fregaba afanosamente el trono de obsidiana y gemas de imitación en el centro de la cámara, le devolvió la mirada.

—No está aquí —aclaró; pero Ícaro Xerxes, que como era muy inteligente había conseguido deducir esto por sí mismo, ya había salido corriendo otra vez.

—¿Y el Gran Emperador? —preguntaba, deteniendo a todo el que se encontrase por el camino, y luego seguía corriendo sin darles tiempo a contestar—. ¿Alguien ha visto al Gran Emperador?

—Está reunido con los generales —gritó al fin alguien tras él.

Así que Ícaro Xerxes cambió de rumbo y se dirigió hacia el salón de estrategia, que estaba un par de pisos más arriba. Llegó medio asfixiado, pero aún así le quedó la suficiente energía para intentar otra entrada espectacular.

—¡Gran Emperador! —repitió, girando el pomo de la única puerta y abriéndola con brusquedad—. ¡El Bien nos ataca!

El salón de estrategia, al contrario que el salón del trono, no era ningún gran exponente de majestuosidad. Este último había sido construido como el símbolo del poderío del Imperio, en un tiempo en el que Kil-Kyron era todavía efectivamente el centro de un imperio y el título de Gran Emperador tenía algún sentido; y su forma circular, sus suelos y muros de piedra y sus grandes ventanales, además del estrado que elevaba el elaborado y amenazador trono en el centro de la sala, estaban diseñados para ser imponentes. El salón de estrategia, en cambio, había estado situado en la primera planta cuando el fuerte se construyó, y aunque algo menos impactante también estaba decorado para crear una atmósfera tenebrosa en la que concebir planes adecuadamente malignos; pero una serie de circunstancias, incluyendo un pequeño derrumbamiento y algunos problemas con los materiales usados para el revestimiento de las paredes, habían hecho que la mayor parte de esa planta se dedicase al almacenamiento de sustancias tóxicas, y el salón de estrategia había sido realojado en la parte superior de la torre, en la antigua cocina de oficiales. Ahí se encontraba todavía, en una habitación rectangular de tamaño mediano, paredes y baldosas amarillas y persianas nada intimidantes; y la gran circular mesa de piedra sobre la que los generales movían sus figuras en simulación de su ejército había sido sustituida por una mesa de aluminio sacada de la conserjería, sobre la que ahora se agolpaban los importantes generales, formando una confusa montaña donde no se sabía muy bien quién era quién.

Godorik, el magnífico · Página 86

—¿Qué es esto? —se preguntó, sorprendido. ¿Qué era la iniciativa 2219? ¿A quién estaba dirigido ese papel? Y, sobre todo, ¿por qué estaba allí escondido debajo de una alfombra en medio de una residencia que había resultado ser un agujero casi completamente vacío?

Reflexionó por un momento. Le parecía evidente que aquello era alguna especie de engaño; un montaje dedicado a alguien que no era él, pero que, al igual que él, entrase allí buscando algo; y que, al registrar la habitación, encontraría únicamente aquel papel con ese desafiante mensaje. Al contrario que él, sin embargo, ese alguien sabría de qué se trataba.

Godorik volvió a doblar la hoja cuidadosamente, y procuró dejarla exactamente donde y como la había encontrado. Después, miró a su alrededor con desconfianza; si todo aquello estaba preparado para burlarse de alguien, no descartaba que quien lo hubiera orquestado hubiese tomado otras medidas… como colocar cámaras, o algún tipo de trampa que se accionase una vez hubiera descubierto aquel papel. Observó las paredes con detenimiento, intentando descubrir cualquier cosa que se pareciera remotamente a una cámara; pero esa era una labor imposible, puesto que (aunque la Computadora raramente la empleaba y solía utilizar las viejas cámaras con aspecto de cámaras) la tecnología moderna era capaz de incluir artefactos grabadores en casi cualquier objeto, por no decir que se podían producir cámaras con forma de pared, si uno tenía los recursos necesarios para ello. Es decir, que podía perfectamente estar rodeado de cámaras por sus cuatro costados, y no saberlo; un experto en esa clase de tecnología habría podido tal vez distinguirlas, pero él no. Eso le resultó muy siniestro, más aún que la idea de que la ciudad entera estaba empapelada en videovigilancia por todas partes; más que por otra cosa, porque a esta segunda idea estaba acostumbrado, y porque sabía que las grabaciones de las cámaras estatales rara vez las miraba nadie, a no ser que ocurriese algo importante. (Y muchas veces ni aunque ocurriese algo importante, pues en toda Betonia se cometían continuamente pequeñas y no tan pequeñas infracciones de la ley que a nadie parecían molestar, y a las que ninguna cámara ponía freno.)

Herodes y la Estrella · I

Introducción

(Entran el Aprendiz y el Rey Mago/Astrólogo)

Aprendiz

Bienvenidos. La obra de la que vais a ser testigos, y en la que vais a participar, trata de los primeros años de la vida de Jesús. Nuestros dramaturgos se han esforzado por entender, en la medida de lo posible, lo que realmente ocurrió hace muchos años, entre el cuatro y el dos antes de lo que conocemos ahora como la era cristiana. Muy pocos de estos hechos se han documentado, aunque cada día hay más información que nos hace pensar; por ejemplo, cuando nació Jesús había ovejas por ahí fuera pastando. ¿Era realmente invierno? Bueno, paso a las fuentes que los escritores han usado para reconstruir esta historia: el Evangelio según San Mateo y San Lucas, el artículo de un astrónomo sobre la Estrella de Belén, y otro sobre la Dinastía de Herodes.

Sabemos que puede que nuestra obrita no esté a la altura del tema que trata, pero aun así esperamos que la disfrutéis. Estaremos muy agradecidos si nuestro trabajo os hace pensar, os acerca al compromiso, y, por supuesto, si os anima a hacer muchas preguntas.

¡Pero todavía no me he presentado! Soy aprendiz de astrología, y viajo con mi maestro, Melchor. Estudiamos las estrellas, y con la información que adquirimos interpretamos el significado de sus movimientos en las vidas de la humanidad. ¿Que quién busca nuestros consejos? ¡Y quién no! ¡Gobernantes, sacerdotes, letrados, mercaderes, poetas, médicos, curanderos, adivinos! Tú, quizás.

Y ya nos acercamos al final de nuestro viaje hacia el oeste. Hemos viajado cuatro meses a través de tierras áridas, siempre de noche, soportando a veces un frío terrible, siguiendo una estrella nueva. Los camellos están cansados. Pero por fin hemos entrado en un país bello. Las huertas y los campos descansan de la cosecha, y nos habremos marchado ya cuando florezcan otra vez con mijo, higos, olivas, uvas.

Entrad con nosotros en la capital, la gran ciudad de Jerusalén.

(Salen)

 

PRELUDIO: ¨Sinfonía Pastoral¨ de Mesías, G.F. Handel

 

Autores: Charles Frink & Resurrección Espinosa

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 59

59

—¿Qué? —gritó uno de los guardias, y los dos se acercaron a mirar. En efecto, podía verse cómo desde el horizonte se acercaba una enorme masa de gente, portando estandartes y banderas blancas, y engullendo todo a su paso y cubriéndolo de luz y color.

—¡No es posible! —gritó el otro vigía, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Cómo es que no los hemos visto antes? ¡Pronto estarán delante de nuestras narices!

—¡Al fin ha empezado! —clamó Ícaro Xerxes, ignorando las subsiguientes exteriorizaciones sobre si necesitaban gafas o no—. ¡La guerra contra el Bien da comienzo! Debo ir a avisar al Gran Emperador inmediatamente.

Y dicho esto giró sobre sus talones y se dirigió de nuevo hacia la escalera sin prestar más atención a los vigías. Estos lo siguieron con la vista mientras ascendía por el retorcido camino que llevaba al Fuerte Oscuro, perseguido de cerca por un perro rabioso que corría como alma que lleva el diablo.

—¿Tú crees que soy miope? —se preguntó aún uno de los guardias.

—No te preocupes ahora por eso —lo atajó el otro—. ¿Crees que deberíamos ir a dar parte de que se acercan los ejércitos del Bien?

—Pero si ya ha ido ese —protestó el primero. Los dos se miraron confusos, y echaron otro vistazo a las huestes benignas que se acercaban. Parecían proceder de Aguascristalinas, aunque otra mirada los hizo darse cuenta de que iguales masas blancas habían salido de otras ciudades cercanas.

—¡Estamos perdidos! —gritó el segundo guardia—. ¡Nos van a masacrar! Deberíamos salir corriendo y salvar nuestro pellejo mientras todavía no es demasiado tarde…

—¿De qué hablas? —le espetó el segundo—. ¿Salir corriendo hacia dónde? ¡Estamos rodeados por todas partes!

—¿Y si nos vestimos de druidas benignos, y…? —comenzó a sugerir el primero.

—¡Espera! —lo interrumpió el segundo, señalando algo que ocurría en la lejanía—. ¡Mira eso!

Los dos vigías se asomaron otra vez por la baranda, desconcertados. En efecto, la fuerza perlada que había salido de Aguascristalinas acababa de torcer el rumbo hacia Valleamor.

Godorik, el magnífico · Página 85

Mientras pasaba, y evitaba la persiana que había a continuación, cruzó los dedos mentalmente para que la ventana que había vandalizado no fuera la del dormitorio de Nicodémaco Gidolet (o de cualquier otro que pudiese vivir allí, aunque la información que había obtenido del Registro Central indicaba que no había nadie más empadronado como habitante de aquella casa); pero su inquietud resultó totalmente innecesaria, puesto que se encontró, un instante después, en una habitación completamente vacía.

—¿Qué…? —se extrañó, mirando a su alrededor. En realidad, no estaba en una habitación vacía, sino más bien en una planta vacía; en todo el segundo piso de aquel edificio no había ni un solo tabique que separara unos espacios de otros. Las paredes tenían un color beige grisáceo, como de material de construcción sin pintar; el suelo, de linóleo oscuro, estaba cubierto de polvo, y aquí y allá había pequeños restos de obras de albañilería: un ladrillo, un cable suelto, un enchufe aún sin colocar.

Al fondo se veía la puerta del apartamento, que sin duda daría a las escaleras. Godorik se acercó: la cerradura estaba echada, así como varios pestillos electrónicos que tenían aspecto de no haberse abierto en mucho tiempo. No intentó forzarlos; algunos pestillos electrónicos de buena calidad tenían incorporado un sistema de alarma que avisaba a su propietario de cuándo se abrían o cerraban, y aunque todo apuntaba a que el dueño de aquel sitio no se había pasado por allí en mucho tiempo Godorik no quiso arriesgarse.

Por lo demás, lo único destacado que había en aquel espacio (tan diáfano que por no tener no tenía ni columnas) era una sucia alfombra color arena que había en el centro, y que constituía en cierta forma la única pieza de mobiliario allí guardada. Godorik se acercó a contemplarla con más detenimiento, aunque lo más inmediato que observó fue que estaba cubierta de tanto polvo y pelusa como el resto del suelo. Levantó una esquina con cuidado, aunque ni él mismo sabía qué esperaba encontrar; y no tuvo que esperar demasiado, porque debajo de la alfombra había un papel blanco cuidadosamente doblado por la mitad y colocado bajo el centro justo de la moqueta. Godorik lo tomó y lo desdobló; escrito a máquina en el centro de la hoja pudo leer el siguiente mensaje:

PARDILLOS

AHORA LAMENTARÉIS NO HABER APROBADO LA INICIATIVA 2219