El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 21

21

—¡Blancur! —le reprendió la muchacha. El perro pareció desconcertado, pero dejó de gruñir—. Por favor, perdónale —dijo a Ícaro Xerxes—. Sólo quiere protegerme.

—No me extraña que quiera proteger a una criatura tan hermosa —contestó Ícaro, galante, e intentó acercarse al perro dándole primero a oler su mano, para que no se asustara. Blancur volvió a gruñir, pero finalmente consintió al recién llegado que se acercara a su ama—. Bella dama, ¿por qué no usas una pala? —preguntó entonces él, cogiendo las blancas manos de ella entre las suyas—. Tus hermosas manos están cubiertas de rasguños.

—Mi madre no me deja que use una pala, y me obliga a cavar con las manos —sollozó la chica—. Ella me odia, porque mi padre la abandonó cuando se quedó embarazada de mí, y por eso me maltrata todos los días.

—¡Qué terrible! —se compadeció el chico—. Mi nombre es Ícaro Xerxes Tzu-Tang, y aunque soy un recién llegado aquí, creo estar capacitado para ayudarte. ¿Cómo te llamas?

—Soy Marinina Crysalia Amaranta Belladona —se presentó Marinina—, y este es mi fiel perrito, Blancur.

—Veo que te protege muy bien —sonrió Ícaro Xerxes, sin mirar al perro; estaba demasiado cautivado por la belleza de Marinina, igual que ella lo estaba por la de él, puesto que Ícaro Xerxes era un joven tremendamente apuesto, de cabello negro peinado con gomina en un corte muy masculino, y grandes ojos grises con puntitos de brillantina. Ambos se contemplaron mutuamente, embobados, durante cinco minutos al menos.

—¡Maricrís! —se escuchó, desde la casa, una voz vulgar y chillona—. ¿Qué estás haciendo? ¡Si para cuando salga no has terminado con los cardos, te obligaré a revolcarte en ellos! ¡Y no olvides que después tienes que ir a lavar!

—¡Oh, no! —exclamó Marinina—. Esa es mi madre. ¡Tienes que irte, amigo mío, porque si nos encuentra aquí juntos me pegará con el atizador, y a ti te perseguirá por todo el pueblo tirándote los huevos podridos que colecciona en el armario para ocasiones como esta!

—Eghh —exclamó Ícaro Xerxes, sin poder evitarlo, al imaginarse semejante menoscabo de su dignidad—. Bueno, eso no será un problema. Espérame aquí, hermosa Marinina; en menos de un minuto acabaré con tu madre, le sacaré el corazón y te lo serviré en un cuenco de plata. —anunció, llevando la mano a su espada y preparándose para entrar en la casa—… Si es que tenéis cuencos de plata, claro.

—¿Qué? ¡No! —gritó Maricrís, horrorizada—. ¡No te atrevas! ¡Yo nunca podría desearle algo así a mi pobre, abyecta madre!

—¿Cómo? —se sorprendió Ícaro Xerxes—. ¿Qué quieres decir? ¡Es algo perfectamente maligno y respetable!

—No es posible… ¡eres un ser malvado! —se percató Marinina, angustiada, dando un salto atrás y alejándose de él. Blancur volvió a gruñir con más fuerza que antes.

Godorik, el magnífico · Página 28

Sintiéndose vindicado, Godorik siguió al Subcomisario fuera de la oficina. Caminaron otro trecho y se encontraron frente a una nueva puerta, esta de madera barnizada, con un cartel electrónico semifuncional, que rezaba «Vicecomisario Verrunia» en caracteres tan poco luminosos que casi no se podían leer.

—Vicecomisario —llamó el Subcomisario, dando en la puerta con los nudillos. Se escuchó un «adelante», y el Subcomisario abrió la puerta.

Pasaron al despacho del Vicecomisario, que se parecía mucho al del Subcomisario, excepto por los jarrones de flores. El Vicecomisario Verrunia era un hombre corpulento y rechoncho con nariz chata y patillas rubias, que les saludó sin mirarles mientras hacía volar papeles de un lado a otro. Cuando el tubo aspirador dejó caer el informe de Godorik con otro «¡plop!», se sobresaltó muchísimo.

—¿Qué es esto? —preguntó, cogiendo el documento—. Grechen, ¿me ha mandado usted esto?

—Sí, Vicecomisario —respondió el Subcomisario—. Es la queja de este hombre, que si la lee usted, verá que presenta motivos de alarma…

Pero el Vicecomisario, que parecía bastante impresionable, no necesitaba que le dijeran que tenía motivos de alarma para alarmarse; cuando puso los ojos sobre el papel, pegó un bote en la silla.

—¡Actividad terrorista! —exclamó—. Grechen, ¿esto no es una broma?

—No lo parece —aseguró el Subcomisario.

—¡Actividad terrorista! —repitió el Vicecomisario—¡Lo último que nos faltaba! Después de esa secta anticomputadora y el aviso de sabotaje de los servicios de la semana pasada… ¡Vamos, vamos! Tenemos que avisar al Comisario General.

Cualquier otro lugar

Portada de la novela "Cualquier otro lugar"

Nina Mercier es una señorita parisina de familia acomodada y elegante, cuya vida está encarrilada desde hace ya tiempo en una dirección respetable y vacía de sorpresas. Sin embargo, cuando una tarde uno de sus primos le pide que lo acompañe al circo, no se imagina los acontecimientos que esta invitación va a desencadenar… ni que allí conocerá a alguien que no podrá olvidar tan fácilmente.

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Godorik, el magnífico · Página 27

Godorik bufó, muy molesto, y siguió al empleado robotizado por los pasillos. Este se detuvo frente a una puerta negra, que tenía un cartelito electrónico para anunciar quién ocupaba la oficina; pero, para variar, no funcionaba, y no anunciaba nada.

—Toc toc —dijo el robot, imitando el sonido de llamar a la puerta en vez de llamar a la puerta.

—Pase —dijo alguien desde dentro.

El empleado robotizado abrió la puerta e hizo pasar a Godorik.

—Este es el interfecto que ha hecho saltar la alarma —anunció, y sin decir nada más se fue.

—Hola, hola —saludó el Subcomisario, que era un hombre calvo con gafas que estaba sentado a un escritorio, cubierto la mitad por montañas de papeles y la otra mitad por jarrones de flores. Al lado del escritorio había un tubo aspirador de documentos, que un momento después de entrar Godorik hizo «¡flop!» y escupió la hoja que este había rellenado—. Soy el Subcomisario Grechen. ¿Este es su documento?

Godorik asintió. El Subcomisario leyó el papel rápidamente.

—Pero… ¡esto es serio! —exclamó, sorprendido—. ¿Está usted seguro de esto que ha escrito?

—Claro que estoy seguro —contestó Godorik.

—¿Cuándo ocurrió todo esto? Y, si afirma usted que le pegaron un tiro…

—Hace tres días —interrumpió Godorik—. Por suerte recibí atención médica inmediata. He venido tan pronto como he podido.

El Subcomisario suspiró.

—Sin duda, esto suena alarmante —dijo—. Por supuesto, es posible que todo lo que usted dice haber escuchado esté fuera de contexto, y… Pero si gente armada va por ahí diciendo estas cosas y asesinando a ciudadanos… No, no, esto es algo a tener en cuenta. Acompáñeme. —pidió, introduciendo de nuevo el documento en el tubo aspirador y pulsando un botón—. Vamos a ver al Vicecomisario.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 20

20

Ícaro Xerxes quedó encantado de inmediato con el Fuerte Oscuro. ¡Qué lugar más maligno y tenebroso!, ¡qué diferencia con aquellas instituciones tan luminosamente alegres que había conocido en los terrenos del Bien! Su corazón estaba henchido de orgullo ante la perspectiva de que los suyos habían creado un lugar tan maravilloso. Sus padres habrían estado orgullosos.

Poco después de llegar a Kil-Kyron, cuando ya conocía todo el Fuerte, decidió ir a explorar también las faldas del Kil-Kanan, puesto que había aprendido del maestro Chen-Pang la importancia de conocer el terreno para poder aprovecharlo en una batalla. Así que se dirigió, primero, a la aldea maligna de Surlán.

Allí, se deleitó una vez más al ver la malvada felicidad en la que vivían los aldeanos. ¡Ah, si él hubiese tenido la oportunidad de crecer así! Esperaba que los jovencitos del poblado apreciasen su suerte; y lo hacían, o eso parecía por el número de animales empalados y macetas de cardos destruidas que encontraba en su camino. Los hermosamente feos cardos estaban por todas partes; los aldeanos parecían cuidar mucho el aspecto de su aldea, e Ícaro Xerxes no los culpaba. Paseando por la calle principal, con aire satisfecho, su mirada tropezó con una muchacha que cavaba en la tierra frente al porche de su casa, al parecer también reemplazando margaritas por cardos.

Inmediatamente la muchacha llamó su atención. Era tan hermosa que por un momento no se acordó ni de respirar; su largo cabello dorado estaba recogido a su espalda, y sus ojos eran tan azules que parecían violetas (aunque a ratos también parecían rosas), y resplandecían con luz propia. Estaba cavando en la tierra con las manos desnudas, y las tenía llenas de heridas de tanto coger cardos.

Ícaro Xerxes se acercó a ella sin pensar, con la intención de tomar sus manos entre las suyas. En ese momento escuchó un ladrido; un perro salió corriendo de detrás de la casa y se abalanzó sobre él.

—¡No, Blancur! —gritó la chica, con un tono de voz tan angelical que casi hipnotizó a Ícaro.

Sin embargo, Ícaro había aprendido muy bien en su vida a estar atento a lo que pasaba a su alrededor; se movió bruscamente y esquivó al perro, colocándose en guardia. El perro se colocó entre él y la chica, gruñendo amenazadoramente.

Godorik, el magnífico · Página 26

—Sí, gracias —contestó Godorik.

—Bien, bien —dijo el hombre, y siguió su camino.

Godorik lo vio alejarse. Estaba seguro de que le sonaba de algo, pero no sabía de qué. Pero pronto se perdió entre la multitud, y Godorik se olvidó de él.

Continuó subiendo al poco rato, y en nada se encontró en la fantásticamente amplia entrada del nivel 1. Sin dejarse impresionar por las (por otra parte pasadas de moda) fuertemente recargadas decoraciones de las columnas, se encaminó hacia la comisaría.

—Necesito hablar con el Comisario General —pidió.

—Tut tut —contestó el empleado robotizado que lo atendió—, el Comisario General está muy ocupado. Ponga una queja, y se resolverá en un intervalo de tres a cinco semanas.

—No tengo de tres a cinco semanas —protestó Godorik—. Esto es una emergencia. Necesito hablar con el Comisario General.

—Ponga una queja de emergencia —sugirió el robot.

—Es un aviso de actividad terrorista —insistió Godorik, empezando a cabrearse.

—Ponga una queja de emergencia por aviso de actividad terrorista —fue la respuesta del empleado robotizado.

Godorik, a punto de estallar, respiró profundamente y tomó la hoja que le tendía el robot. Se sentó a una de las mesas y comenzó a rellenarla, escribiendo en letras grandes «DENUNCIA DE HOMICIDIOS E INTENTO DE HOMICIDIO CON SOSPECHA DE ACTIVIDAD TERRORISTA», y el resto de los detalles de lo que había pasado. Finalmente, entregó la hoja de nuevo al robot con cara de pocos amigos.

El robot leyó el impreso sin alterarse, y cuando terminó lo colocó en el tubo aspirador de papeles cuyo letrero rezaba «EMERGENCIAS Y SUCESOS URGENTES CON SALTO DE ALARMA». En cuanto el tubo aspiró el papel, se encendió una lucecita roja y empezó a sonar una molesta alarma.

—Por favor, acompáñeme —dijo a Godorik, y se levantó—. Vamos a ver al Subcomisario.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 19

19

Orosc Vlendgeron se encaró con el recién llegado, furioso.

—¿Quién demonios eres tú? —bramó.

—Mi nombre es Ícaro Xerxes Tzu-Tang —contestó el joven, con toda la calma del mundo—. Vengo de las Montañas Místicas de Mur-Humm, para unirme a la causa del Mal. Estoy seguro de que podré seros de gran ayuda.

—Tenemos un conserje abajo que se encarga de estas cosas —gruñó Vlendgeron, que no las tenía todas consigo, y seguía mirando furtivamente hacia la ventana, como si esperase que la Sin Ojos apareciese levitando de un momento a otro—. Ahora, si me disculpas, estoy ligeramente ocupado.

—No lo entendéis —insistió Ícaro Xerxes—. Fui entrenado personalmente por el Gran Maestro Chen—Pang Tzu-Tang, de quien sin duda habréis oído hablar. Lamento portar las noticias de su muerte… —calló un momento, como si le costase controlar su emoción— pero el último refugio de Mur-Humm ha sido tomado por las fuerzas del Bien. Intenté evitarlo, pero…

—En realidad, no tengo ni idea de quién es ese señor —interrumpió Orosc.

—Yo sí —Cirr alzó una mano, un tanto tímidamente—. ¿No es ese maestro de artes marciales que discutió con el anterior Gran Emperador y se retiró a vivir como un ermitaño?

Vlendgeron miró desconcertado a su fontanero.

—¿Con Vingard? —preguntó, algo incrédulo—. Bueno, tengo a Vingard por alguien bastante razonable, así que si se peleó con él, sería… —sacudió la cabeza, como si intentase volver a lo importante—. En fin, la cuestión es que no tenía ni idea de que quedaba un refugio del Mal en Mur-Humm, así que es como si no se hubiera perdido nada. Ahora, ¿quieres bajar y hablar con el conserje, por favor?

—Señor, traigo información sobre las fuerzas de la Benignidad —siguió insistiendo Ícaro, ignorando todo lo que Orosc había dicho—. Se fortalecen con cada día que pasa. Han reclutado a numerosos voluntarios para sus servicios sociales, y marchan en legión sobre las naciones conquistadas, rescatando niños, perros y alpinistas accidentados. Puedo hablaros largo y tendido sobre sus tácticas, puesto que las conozco bien; he vivido largo tiempo entre ellos, aunque no por propia voluntad. —tembló al recordarlo—. Sin embargo, los que atacaron el refugio de Mur-Humm fueron demasiados, incluso para mí; solo conseguí aniquilar a cinco de sus equipos de rescate, antes de tener que huir.

—Ya sé que los servicios sociales… —empezó Orosc, a punto de estallar—. Espera. ¿Has dicho que aniquilaste a cinco equipos de rescate?

—Podría haber destruido a algunos más —dijo Ícaro, encogiéndose de hombros—, pero pensé que era más sensato retirarme para poder traeros estas horribles noticias, y vivir para continuar la lucha otro día.

—¡Qué bárbaro! —exclamó Cirr—. ¡Cinco equipos de rescate!

—Hm —reflexionó Vlendgeron—. Bueno, creo que, después de todo, puedes sernos de utilidad. No tengo a mis órdenes muchos soldados capaces de aniquilar a cinco equipos de rescate, así sin más.

Calló un momento, pensativo. ¿Por qué la Sin Ojos había entrado en pánico ante la llegada de aquel joven? Quizás se había equivocado; o quizás se refería a otra cosa totalmente distinta. En cualquier caso, aquel chico parecía una buena adquisición, pese a su corta edad.

—Nada, Tang, bienvenido al Fuerte Oscuro de Kil-Kyron —continuó, haciendo un gesto grandilocuente—. Espero que disfrutes tu estancia entre nosotros y dediques todas tus energías a luchar contra el Bien que tanto despreciamos.

—Gracias, señor —a Ícaro Xerxes se le iluminó la mirada—. No os decepcionaré.

—Aquí, mi Consejero Imperial, el señor Mario Cirr, te dará un tour por el fuerte —dijo Orosc, señalando al fontanero—. Cirr, ¿serías tan amable?

—¿Qué? —saltó el fontanero, confundido—. Pero jefe, yo no…

—Gracias, Cirr —le interrumpió Vlendgeron, en un tono de voz que no admitía protesta.

Cirr se encogió de hombros, y, empezando a decir algo sobre tuberías, cogió al radiante Ícaro Xerxes por un brazo y salió de la estancia. Orosc Vlendgeron, después de echar un último vistazo a través de la ventana (por la que seguía sin verse rastro de Beredik la Sin Ojos), se sentó sobre su trono y empezó a tamborilear con los dedos, preocupado.

Godorik, el magnífico · Página 25

El nivel 1, pese a su nombre, no se encontraba ni en lo más alto ni en lo más bajo de Betonia. Todos los demás niveles estaban ordenados, estructurados desde el nivel 27 en la boca misma del Hoyo hasta el nivel 2, tocando casi el extremo superior de la ciudad; pero el nivel 1 estaba descolocado y se encontraba entre el nivel 9 y el 10. Era un tanto desconcertante, pero tenía sus razones históricas (en algún momento hubo una reestructuración de niveles, y se renombraron todos excepto el nivel 1, que por ser el más importante y donde se encontraban los edificios principales se quedó con ese nombre); y en Betonia todo el mundo estaba acostumbrado a ello.

En cualquier caso, en el nivel 1 estaba el Palacio Central, que albergaba, entre otros, la Gran Computadora, la comisaría general de policía y la Oficina de Trámites Ciudadanos. Godorik se dirigió hacia los ascensores, que estaban repartidos por toda la circunferencia exterior de la ciudad, y que subían y bajaban sin descanso día y noche. Todos los ascensores llevaban a todos los niveles, excepto al nivel 1, que tenía sus propios ascensores; y siempre estaban ocupados. Viendo la gigantesca cola que había para subirse al elevador del nivel principal, Godorik, bien fastidiado, decidió subir andando. Por suerte, se encontraba en el nivel 12; habría sido mucho más molesto si hubiese aparecido en el 27.

Las escaleras estaban a unos cincuenta metros de los ascensores; y, a pesar de que eran bien anchas, casi nadie las usaba. Godorik subió los cincuenta y cinco escalones que lo separaban del nivel 11, y otros tantos para llegar al 10; y una vez allí se mareó y tuvo que pararse un momento. En realidad, siempre había estado en forma, y solía subir andando a menudo desde el nivel 16, donde vivía él, al 11, donde vivía Mariana. Pero, por mucho que se empeñase en ignorar el hecho de que apenas hacía tres días que lo habían tiroteado, tirado al Hoyo y operado, tuvo que detenerse a descansar unos minutos en el rellano del nivel 10.

—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó un hombrecillo pintoresco, vestido de forma muy chillona, y que no pasaría del metro cincuenta.

Godorik, el magnífico · Página 24

—¡Malditos cacharros! —barbotó, dirigiéndose a sus nuevas (y superiores) partes mecánicas. Se levantó otra vez y siguió corriendo, y aunque estuvo a punto de caer un par de veces más, consiguió llegar hasta abajo sano y salvo.

Se encontró en un gran patio, rodeado por una cancela. La puerta estaba casi enfrente de él, pero la guardaban más seguratas. Con otro suspiro, Godorik decidió hacer lo que quince segundos antes había decidido no hacer… saltar. Pero en ese momento estaba convencido de que saltar la cancela, que tenía unos dos metros de alto y espinas en la parte superior, no le resultaría un gran problema; también podía escalarla, pero no quería tocarla, por si estaba electrificada o algo por el estilo.

Efectivamente, saltó la valla casi sin esfuerzo, y al otro lado se dio contra el suelo un porrazo de aúpa. Perjuró un par de veces más, pero como sus nuevas (y superiores…) partes mecánicas estaban intactas, se levantó enseguida y salió corriendo de allí tan rápido como le llevaron sus pies, que resultó ser bastante rápido.

—¿Qué era ese maldito sitio? —se preguntó, cuando se detuvo unos minutos después a recuperar el aliento—. ¿Una planta de investigación armamentística?

Fuese lo que fuese, la seguridad no parecía ser muy efectiva, puesto que, aunque continuó callejeando durante un buen rato para dar esquinazo a sus perseguidores, no volvió a ver nada de ellos. Al cabo de veinte minutos decidió que aquello era absurdo, y se dirigió, por fin, al nivel 1.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 18

18

Orosc Vlendgeron estaba a mitad de una de sus «audiencias»; en realidad, había pasado media mañana reunido con Beredik la Sin Ojos, intentando sonsacarle predicciones que establecieran una línea temporal futura clara y fiable (sin mucho éxito, no tanto porque Beredik la Sin Ojos no cooperase mucho con sus profecías confusas al más puro estilo oracular, sino también porque sus poderes eran realmente un poco… imprecisos), cuando el fontanero del fuerte había irrumpido en su sala del trono, quejándose amargamente del estado de las tuberías en todo el edificio. Y tenía razón; las instalaciones de Kil-Kyron estaban todas viejas a más no poder, pero arreglarlas empezaba a ser complicado, y cambiarlas era casi imposible. Orosc Vlendgeron escuchó a Cirr, el fontanero, rajar durante quince minutos; usualmente era una persona razonable, y hacía bien su trabajo, pero de vez en cuando había que aguantarle salidas así.

—Cirr, por todos los diablos —terminó por estallar, no obstante, el supremo comandante del Mal—, ¡estoy en medio de algo importante!

En ese momento, Beredik la Sin Ojos se sobresaltó.

—¡Orosc! —exclamó, agarrándose a la mano del Gran Emperador—. ¡Orosc! ¡Los guardias! ¡No deben abrir la puerta!

Orosc la miró a ella y después a la puerta, que el fontanero había dejado abierta tras entrar.

—Pero si ya está… —comenzó, señalándola.

—¡Esa puerta no! —chilló Beredik—. ¡La puerta del fuerte! ¡No! ¡No deben abrirla! ¡Noooooooo! —gritó agónicamente. Orosc y Cirr la miraron un tanto desconcertados, pero ella se hizo una bola y empezó a gemir y sollozar.

—¡Guardias! —bramó Orosc, levantándose de un salto y acercándose a la puerta. Un guardia despistado asomó la cabeza—. ¡Vaya a ver inmediatamente qué está ocurriendo en la puerta del fuerte!

—Sí señor —contestó el guardia, y salió corriendo. Orosc se volvió de nuevo hacia el interior de la sala del trono, solo para descubrir que Beredik había desaparecido como por arte de magia. Solo quedaba el fontanero, que se rascaba la cabeza en el centro de la habitación.

—Qué cosas, ¿eh, jefe? —dijo, un tanto incómodo.

—¿Dónde ha ido la Sin Ojos? —preguntó Orosc, un tanto molesto por todo aquello. La sala del trono no tenía más que una entrada, y, en cualquier caso, solo había desviado la mirada unos segundos.

—¿La Sin Ojos? —Cirr se dio la vuelta para mirar al lugar donde un momento antes estaba sentada Beredik—. ¡Anda! ¿Dónde ha ido la Sin Ojos?

—¡Beredik! —llamó Orosc—. Beredik, ¿dónde te has metido? Cirr, ¿no has visto nada?

—No estaba mirando, jefe. Pero o se ha tirado por la ventana, o ha salido por la puerta, o se ha volatilizado, y no ha salido por la puerta porque estábamos atentos los dos.

Este razonamiento tenía su lógica, así que el fontanero y el señor del Mal fueron a asomarse por los dos grandes ventanales que tenía la sala del trono. Por suerte, no vieron a ninguna vidente espachurrada contra el suelo bajo ninguno de ellos. En ese momento, volvió el guardia.

—¡Señor! —se anunció, con la lengua fuera.

—¿Sí? —Orosc se volvió hacia él, ansioso de enterarse de qué andaba tan mal abajo. Ya se ocuparía después de la desaparición de Beredik.

—Un joven ha llamado a las puertas del fuerte. La guardia le ha dejado entrar, porque pedía hablar con usted, y…

—¡Que no lo dejen subir aquí arriba! —exclamó Orosc, furibundo. Lo último que necesitaba, además de la falta de provisiones, las tuberías que no funcionaban y las videntes que se sublimaban en aire, era que intentasen asesinarle en su propio salón del trono.

—Bueno, es que de hecho… —empezó el guardia, aún sin aliento. Pero no pudo terminar; un apuesto joven, que andaba con garbo y elegancia, se introdujo en la sala sin esperar a que nadie le franqueara la entrada. A pesar de que había subido a la vez que el guardia, que estaba sin resuello, no parecía alterado en absoluto. Se plantó en mitad del salón y paseó la mirada entre Orosc y Cirr, muy seguro de sí mismo.