Cualquier otro lugar · Página 54

Tomó su mano. Ray la condujo hacia el centro de la sala, donde había ya varias parejas. Enderezó la espalda como un bailarín profesional y la cogió por la cintura; y, en cuanto la música comenzó de nuevo, inició un vals con pasos limpios y cuidados, y ritmo perfecto. Nina lo siguió, un tanto sorprendida, y dieron varias vueltas por el salón; Ray llevaba el paso con tanta fluidez que, en lugar de bailar, parecía que flotaban.

—Eres un experto bailarín —exclamó ella, tras unos momentos.

—Tú tampoco lo haces nada mal —contestó él.

—¿Dónde lo aprendiste?

Su acompañante sonrió con picardía.

—¿Qué esperabas? —quiso saber—. Quizás no me guste el caviar; pero de esto sé más que la mayoría de los que están aquí.

—No, no, en serio —insistió ella, devolviéndole la sonrisa—. No sabía que supieras bailar tan bien. ¿Dónde lo aprendiste?

—¡Ja! —se regodeó él, pero al fin contestó—. En Viena.

—¿En Viena? —se asombró Nina—. ¿Has estado en Viena?

—Sí, un tiempo.

—Debes de haber viajado mucho.

Ray asintió. La pieza terminó casi en ese mismo momento, y fue sustituida por una mucho más lenta y melódica. Siguieron danzando, pero no reanudaron la conversación, porque rápidamente llamó su atención otra cosa.

—Nina, ¿no es ese tu primo? —preguntó Ray, señalando con la mirada a una pareja al otro lado de la zona de baile.

En cuanto pudo, Nina echó un vistazo. En efecto, allí estaba Jean, acompañado por la señorita Annabelle Géroux.

—¿Quién está con él? —quiso saber Ray.

—Es la señorita Géroux —contestó Nina—. También estuvo aquel día en el circo.

Godorik, el magnífico · Página 180

Godorik le dio las gracias y se encaminó hacia aquellos avistamientos de cañería que pudo encontrar. No tardó en darse cuenta de que aquello era efectivamente una gran tubería que recorría parte del nivel, dándole sentido al de otra manera un tanto extraño nombre «la Tubería».

—Un almacén con ventanas rojas —gruñó para sí, tras comprobar que en los alrededores no veía nada que pudiera entenderse como tal—. ¿No podía esa chica haber sido un poco más específica con sus instrucciones?

En aquella parte la Tubería, que era un conducto metálico de varios metros de diámetro, colgaba ya del techo a altura considerable. Godorik se posó sobre ella de un salto, y desde allí contempló con detenimiento lo que podía ver del nivel. Almacenes había unos cuantos, pero ninguno con ventanas rojas. Desconcertado, comenzó a hacer equilibrios para aumentar el alcance de su campo de visión, y finalmente hasta se descolgó de la Tubería como si fuera un mono.

—Ahí —identificó de repente algo que parecía un almacén con ventanas grandes y rojas, que estaba justo debajo de la Tubería, y que hasta el momento no había visto porque se hallaba encima de él—. Qué tonto soy.

Bajó de otro salto, y aterrizó cerca del almacén. En la entrada de este había un grupo de jóvenes, que por su vestimenta y actitud le recordaban peligrosamente a los Beligerantes de los que había tenido que huir la última vez que se encontró en aquel nivel. Confundido, Godorik se preguntó si aquello podía ser una trampa; ¿por qué querría Edri citarlo en un lugar que tuviese siquiera remotamente algo que ver con los Beligerantes?

Además, no veía a Edri, ni a Ran, por ninguna parte.

—Quizás me llamó antes de que llegara esta gente, y ahora ha tenido que salir corriendo —aventuró Godorik, para sí. Pero en ese caso debería haberle llamado otra vez para avisarle de ese cambio de planes. Godorik sacó el teledatáfono y comprobó si había pasado por alto alguna llamada. Pero no era así.

Cualquier otro lugar · Página 53

—Será mejor que volvamos con los Leclair y dejemos que los jóvenes se diviertan, querido; o la señora Leclair pensará que la estamos ignorando —dijo.

El señor Mercier asintió.

—Pasadlo bien —dijo, y se alejó junto con su mujer. Tras un momento, Nina y Ray se dirigieron a una de las mesas del bufet.

—¡Oh! Ese es nuestro anfitrión —se percató Nina, señalando disimuladamente a un hombre de aspecto aburrido que conversaba con una señora de aspecto igualmente aburrido—. Deberíamos ir a saludar.

—No parece tener ochenta años —comentó Ray en voz baja.

—No es el señor Patenaude —le susurró Nina, mientras se acercaban—. Es uno de sus hijos.

Saludaron al falso señor Patenaude, que no les prestó mucha atención, y volvieron al bufet. Ray se sirvió un canapé de caviar.

—Esto sabe horrible —declaró, agriando el ceño.

—Sí, tampoco son mis favoritos —rió Nina, cogiendo para él un volován relleno—. Prueba esto.

Ray necesitó un par de intentos para darse por satisfecho con algo, y aún así solo fue a medias.

—Menudo paladar más exigente —se burló de él Nina, e hizo un gesto en dirección a los músicos—. Espero que tu gusto en música no sea igual de severo.

—No, eso está bien —concedió Ray, riéndose con la boca llena. Tragó apresuradamente, y le tendió una mano a Nina—. Señorita, ¿me concede este baile?

—Por supuesto, caballero —accedió ella.

Godorik, el magnífico · Página 179

—¿Quién es? —preguntó.

—¡Godorik! —escuchó la voz de Edri, en un murmullo—. ¡Godorik, tienes que venir al nivel 25, ahora mismo! ¡Es muy importante!

—Cómo que… —empezó Godorik.

—En la Tubería —insistió ella, cortándole—, la Tubería, área este, un almacén con ventanas rojas. ¡Es urgente! ¡Ven de inmediato!

Y colgó. Godorik se quedó mirando el teledatáfono con cara de tonto, pregutándose a qué venía aquello.

—Espero que esto sea de verdad algo importante —gruñó para sí, encogiéndose de hombros. Por supuesto, podía ignorar la llamada, pero el tono de Edri había sido apremiante; y lo cierto era que la chica le había prometido llamarle si averiguaba algo que pudiera serle de utilidad.

Fastidiado, volvió a subir. Por suerte, solo tenía que llegar hasta el nivel 25; pero, una vez allí, se encontró con otro problema. Aunque recordaba vagamente que Ran la había mencionado mientras huían de los Beligerantes, no tenía ni idea de qué era la Tubería, o de dónde estaba. Si aquello hubiese sido un nivel superior y más pijo, habría podido buscar algún mapa o confiar en encontrar señales que le indicasen dónde dirigirse; pero en un nivel tan bajo como aquel podía darse por satisfecho si la mayor parte de los letreros anunciando los nombres en las calles seguían en su sitio.

Medio minuto después, se resignó a que tendría que preguntar. Un hombre apostado en una esquina que no parecía estar haciendo nada en concreto aparte de vigilar el resto de la calle le dio un par de indicaciones, la mayor parte de ellas vagos gestos en una dirección.

—No tiene pérdida —acabó diciendo, mientras señalaba una construcción metálica que se veía a ratos asomar sobre los edificios, y que, bien mirada, se parecía bastante a una tubería—. En la zona este la Tubería sube al techo. Es fácil de encontrar.

Cualquier otro lugar · Página 52

Subieron las escaleras que llevaban a la entrada principal y se internaron en el recibidor, que era más bien pequeño; y de ahí pasaron al salón. Al contrario que el recibidor, el salón era enorme; tenía techos altísimos de los que colgaban lámparas de araña, suelos de mármol, ventanas de cristalera gigantescas que daban al jardín, y una escalera alfombrada que llevaba a un rellano en el segundo piso, con una baranda desde la cual podía observarse toda la sala. En los extremos de esta se habían colocado largas mesas de bufet con manteles blancos, de las que algunos invitados se estaban sirviendo ya los refrigerios; y, al fondo del salón, un cuarteto de música elegantemente vestido tocaba un vals vienés.

Ray miró a su alrededor, como si calibrase la ocasión.

—Menudo lugar —exclamó al fin. Nina iba a contestar algo, pero en ese momento se les acercó una mujer de mediana edad, bastante hermosa aunque ya arrugada, que llevaba un refinado vestido de lentejuelas y un tocado de plumas en la cabeza.

—¡Nina! —les saludó—. Tu padre y yo empezábamos a pensar que no vendrías.

—Hola, mamá —correspondió Nina, tomando la mano de su madre entre las suyas. Un hombre con gafas y entradas prominentes, vestido con un esmóquin muy elegante, se les acercó también.

—No digas eso, querida. Las jóvenes siempre llegan tarde —dijo a su mujer, mientras besaba a su hija; y después se fijó en Ray, al que echó una ojeada crítica—. ¿Quién es tu acompañante, hija?

—Mamá, papá, este es Ray Sala, un amigo —los presentó ella—. Ray, estos son mis padres.

—Encantado —dijo el señor Mercier sin mucho entusiasmo, ofreciéndole a Ray una mano que este estrechó.

—Señora Mercier —saludó a esta, inclinando levemente la cabeza. La señora Mercier, que parecía un tanto desconcertada, se volvió hacia su marido.

Godorik, el magnífico · Página 178

—No, a no ser que consiga usted convencerme de que no está pasando nada extraño entre la policía. Y me parece que ni siquiera usted está muy convencido de eso.

Verrunia hizo un gesto de exasperación, en el que incluso dejó de apuntar a Godorik con la pistola.

—Está bien, lo que vea. Sin embargo, como se le ocurra incriminarme de alguna manera…

—De momento no tengo ninguna razón para ello.

—Me pregunto si hago bien en todo esto —suspiró el Vicecomisario—. Si no tiene usted nada más que decir…

—Nada, aparte de que tenga cuidado, Vicecomisario. Puede usted no creer que esta ciudad es caldo de conspiración (yo tampoco lo creía antes de que me ocurriese todo esto), pero, aún así, no le hará daño tomar precauciones.

—No hace falta que me lo diga. Esta conversación habría sido muy diferente si yo no pensase… si no me hubiese convencido usted de que quizás tiene algo de razón.

Godorik se encogió de hombros, y se dio por satisfecho con eso.

—En ese caso, buenas noches, Vicecomisario —dijo.

De un brinco se apartó de Verrunia, y aterrizó limpiamente sobre la azotea de una casa vecina. Su interlocutor, que no se lo esperaba, se sobresaltó; un momento después movió la cabeza, guardó la pistola, y se encaminó de vuelta a su propio bloque.

—Algo es algo —gruñó Godorik para sí, incapaz de decidir si aquello había sido, o no, una pérdida de tiempo.

Cuando ya estaba casi de nuevo en el Hoyo, ocurrió algo inesperado: su teledatáfono recibió una llamada.

Godorik lo contempló desconcertado, preguntándose si contestar o no. Edri, al dárselo, le había asegurado que el cacharro «operaba en el circuito extraoficial» y por tanto no podía ser rastreado por la Computadora; pero Godorik se había tomado esas palabras con sano escepticismo, y aunque había aceptado el aparato, seguía sin estar seguro de si de verdad era tan irrastreable. Sin embargo, Edri había prometido llamarle… y no tenía sentido llevar consigo un teledatáfono si no iba a responder cuando sonara. Aceptó la llamada.

Cualquier otro lugar · Página 51

—¿Crees que puedes bajar escaleras con esos tacones? —contestó él, sacudiendo la cabeza.

—Te sorprendería lo que puedo hacer con estos tacones —le espetó ella, reprimiendo una risa—. Empezando por que son un arma blanca formidable.

Llegaron a la calle, y Ray volvió a depositar a Nina sobre sus propios pies.

—¿Y ahora dónde vamos? —preguntó, desorientado.

Ella lo reprendió con la mirada, y paró un taxi, que los dejó, en apenas diez minutos, en la entrada de un palacete rodeado por una alta verja. En la entrada había un guardia de seguridad muy aburrido, que se limitó a mirarlos por un momento sin apenas interés; y, en cuanto sus ojos se posaron sobre la cara de Nina, volvió a ignorarlos por completo.

Para llegar a la casa tuvieron que atravesar el jardín. Era bastante grande, con dos hileras de árboles a un lado y a otro, y un paseo con setos en el que había, en el centro de varias plazoletillas, una fuente pequeña, una mediana, y una que era realmente grande, completa con estatuas de ninfas y otros seres mitológicos.

—¿De quién es todo esto? —preguntó Ray, desconcertado.

—La casa pertenece a la familia Patenaude —explicó ella, bajando un poco la voz—, en concreto al señor Abel Patenaude, que cumplirá ochenta y dos años en unos meses. Sus herederos, que llevan todos los negocios de la familia, se están peleando ya por la casa… a pesar de que corren rumores de que el señor Patenaude, que en su juventud fue un poco mujeriego, piensa dejársela a una señorita del sur del país, ajena a todo.

—¿Y de qué conoces a esa familia?

—Mis padres los conocen —se ruborizó ella.

Godorik, el magnífico · Página 177

—No pensaba otra cosa.

—¿Entonces?

—Bien, del resto de mi historia sí que estoy convencido.

—¿Incluido todo eso de las desapariciones y los asesinatos que nadie denuncia o investiga?

Godorik se llevó una mano al mentón, y pensó por un momento.

—Vicecomisario, yo mismo me encuentro en una situación desagradable que no he provocado en modo alguno. ¿Va a censurarme por creer que puedo no ser el único?

Ahora fue el Vicecomisario el que reflexionó.

—Mire, tampoco usted puede censurarme a mí por no creerle inmediatamente todo esto que me está contando —respondió—. Podría incluso, lo admito, contener algo de verdad; pero también podrían ser las más desorbitadas imaginaciones suyas. Tendré que investigar.

—Y mientras tanto, ¿qué piensa hacer? —gruñó Godorik—. ¿Va a llamar a la patrulla y meterme en la cárcel?

El Vicecomisario torció el gesto cómicamente, y, tras unos segundos, contestó con cara de circunstancias:

—No.

—¿No?

—Bien, un señor ha llamado esta noche a mi puerta y me ha hecho salir diciendo que es un criminal; y cuando he bajado me ha contado una historia hilarantemente fantástica. Pero yo no le reconozco de nada, ¿sabe? Y despertar a alguien para hablarle de cuentos sin sentido no es un crimen, al fin y al cabo —carraspeó el hombre—. Dígame, ¿cómo puedo contactar con usted, si fuese necesario?

—No es usted muy sutil —comentó Godorik—. Lo siento, pero no puedo dejarle una forma de contactar conmigo. Ya me pasaré yo a verle… en algún momento.

—Esa idea no me gusta nada, caballero.

—Es lo que hay.

—¿Y no ha pensado usted en entregarse voluntariamente? Quizás esa sea la forma más fácil de arreglar todo este asunto.

Cualquier otro lugar · Página 50

—Lo mejor será que cuando lleguemos empieces a bailar sobre la mesa —sugirió ella—. Así, el listón quedará tan bajo que cualquier cosa que hagas solo podrá mejorarlo, y ya no tendrás que preocuparte de nada.

Los dos estallaron en risas. En cuanto Ray estuvo listo, embutido en aquel incómodo esmóquin, Nina comenzó a prepararse; y, entre vestirse, peinarse y maquillarse, tardó una infinidad.

—Niiina —él terminó por aporrear la puerta del baño, harto ya de dar vueltas por el salón y de sentarse y volver a levantarse del sofá—. Vamos a llegar tarde.

—Ya llegamos tarde —contestó ella, saliendo del baño mientras terminaba de ponerse los pendientes—, pero no pasa nada.

Se había puesto un traje de noche de color verde, anudado en la espalda y con una falda con mucho vuelo. Además, se había recogido el cabello, dejando solo un par de tirabuzones sueltos que le enmarcaban la cara. Ray la contempló por un momento con mal disimulada admiración.

—Ejem —se recompuso, un momento después; y, con una mirada pícara, le dirigió un silbido de albañil.

—Eres un petardo —se rió ella, dándole un manotazo de mentira—. Petardo.

—Recuerda que estás vestida de señorita y no puedes usar esa clase de palabras —carraspeó él—. ¿Estás lista?

Ella asintió. Él le ofreció el brazo.

—Pues vámonos, hermosa dama —dijo, en tono burlón, y la condujo fuera del piso; de hecho, casi la arrastró, y ella tuvo que tirar de él un momento para poder coger el bolso y las llaves. En el rellano, en cuanto la puerta estuvo cerrada, Ray agarró a Nina por la cintura y la tomó en volandas, y así empezó a bajarla por las escaleras.

—Pero ¿qué haces? —exclamó ella, sobresaltada.

Godorik, el magnífico · Página 176

—Sí, sí, mis nervios ya no son lo que eran —masculló Verrunia—. Dé tres pasos atrás.

—¿Por qué?

—Así estará debajo de la farola, y podré verle la cara.

Godorik alzó una ceja, pero obedeció. Verrunia, aún sosteniendo la pistola con ambas manos, escrutó sus facciones con atención.

—Vaya, sí que es usted —dijo al fin.

—¿Lo dudaba?

—Ciertamente. Bien, ¿debo ahora llamar a la patrulla, o no?

—¿Es usted el policía, o lo soy yo? —gruñó Godorik—. ¿Va a escuchar lo que tengo que decir?

El Vicecomisario dudó por un momento.

—Bueno, hable —se encogió de hombros.

Godorik, aún mirando la pistola con desconfianza, le resumió todo lo que había averiguado en sus peripecias hasta el momento. Mientras hablaba, el ceño del Vicecomisario se fue contrayendo más y más.

—Espere, ¿qué dice? —lo interrumpió, cuando llegó a la parte en la que los acólitos de Noscario Ciforentes le habían prevenido contra la policía—. ¿Que toda la policía está comprada? Eso es una tontería como un piano.

—Ya me imagino que es una tontería como un piano, o no habría venido aquí a ponerme en las manos de usted —bufó Godorik—. Sin embargo, usted mismo vio cómo me trató el Comisario cuando fui a denunciar mi caso. Sigo en búsqueda y captura desde entonces, sin, permítame que le diga, haya una razón real para ello. ¿Cómo me explica usted eso?

La cara de Verrunia se arrugó aún más.

—Está bien, le admitiré que el comportamiento del Comisario ha estado levantando algunas sospechas últimamente —concedió—, aunque solo en casos puntuales como el suyo. Si esto que me está contando usted es cierto, quizás, solo quizás, no descartaría yo que… pero eso de que toda la policía está en manos de un conspirador megalómano es una barbaridad. Yo soy policía, Vicecomisario para más señas, y no estoy «comprado» por nadie.