Cualquier otro lugar · Página 44

—Sí, pero por la mañana hay que prepararlo todo —explicó él, mordiendo también la suya—. Bueno. Digo por la mañana, pero es más bien… a mediodía. No somos gente muy madrugadora, como ves.

—¿Qué es lo que hay que preparar?

—Muchas cosas —aseguró Ray—. Los pañuelos del sorprendente Rupertini no se meten solos en esa bolsa, sabes… aunque, por supuesto, él preferiría que pensases lo contrario.

Cuando terminaron de desayunar, se dieron una ducha y se vistieron. Ray se duchó primero; y, cuando Nina salió del baño, se lo encontró otra vez tumbado en el sofá, relajado como una iguana al sol. Con una sonrisa, cogió su radio, la colocó sobre la mesa, y la encendió.

Ray se sobresaltó. Tardó un momento en mirar la radio y comprender lo que estaba pasando.

—Pero no me pongas las noticias, mujer —se quejó, aunque con buen humor; y alargó la mano hasta el dial. Buscó el siguiente canal, y encontró una especie de show en el que tres presentadores decían una tontería tras otra—. Eso está mejor.

Nina se rió por lo bajo y fue a acompañarlo en el sofá. Ray le hizo sitio, y durante unos minutos estuvieron en peligro de quedarse dormidos otra vez… si no hubiera sido por las voces chillones de los locutores de radio, y porque de repente sonó el timbre.

—¿Quién será…? —se preguntó Nina, mientras Ray apagaba la radio y se enderezaba un poco—. No esperaba a nadie a estas horas.

—¿Tengo que escapar por el balcón? —bromeó, aunque, por su tono de voz, no estaba muy claro si era una broma o no.

—Claro que no —se extrañó ella, echando un vistazo por la mirilla—. ¡Jean!

Abrió la puerta, y su primo el casanova entró con su mejor traje de los domingos.

Godorik, el magnífico · Página 170

—Sí, pero no tengo que ir a buscarlos a la comisaría —protestó Godorik.

—¿También vas a emboscarlos en sus casas? —intervino Manni, dirigiendo ahora su sarcasmo a Godorik—. Tu modus operandi es lo suficientemente repetitivo como para que la policía pueda cazarte simplemente colocando trampas en todas los hogares privados de la ciudad.

—¿Y qué pasa si se sienten obligados a detenerte, de todas maneras? —insistió Agarandino—. Estás en búsqueda y captura, y es su deber.

—Entonces encontraré una forma de largarme antes de que me atrapen —se impacientó Godorik—. No pasa nada; Manni ya ha dicho que empiezo a ser un experto en esto.

—¿Quieres que te acompañe? —sugirió entonces el doctor.

—¿Qué? —se asombró Godorik— ¿Para qué?

—No sé, podría serte de ayuda —reflexionó Agarandino—. El saber que aún quedan grupos de resistencia en la ciudad me ha dado de repente ganas de volver a pisarla, ¿sabes?

—Pero si tú también estás en busca y captura —pitó repetidamente Manx.

—No se ofenda, doctor, pero creo que puedo moverme mejor por la ciudad yo solo —dijo rápidamente Godorik, alarmado ante la idea de que Agarandino intentase acompañarlo.

Agarandino pareció decepcionado, pero no protestó.

—Qué pena —fue lo único que dijo.

—Ya encontrará usted la oportunidad de volver a la ciudad, doctor —trató de consolarlo Godorik, a la vez que evitaba indagar más en la locura de aquellos dos—. Y ahora, me voy a dormir.

Cualquier otro lugar · Página 43

Despertaron a la mañana siguiente, en la cama de matrimonio que ocupaba casi toda la extensión del pequeño dormitorio de Nina. Cuando se despertaron, estaban aún enroscados el uno con el otro; aunque Nina ocupaba casi toda la cama, mientras que Ray se había refugiado en el borde, con el resto de manta que tenía a su disposición.

—Hrmmmpf —gruñó Ray, dándose la vuelta, y casi cayéndose de la cama. Abrió los ojos, y se encontró la cara de Nina frente a la suya; se pegó un susto de muerte, y se incorporó de golpe.

—¿Qué pasa? —gruñó Nina, a la que acababa de sobresaltar también.

Ray se frotó los ojos, desorientado.

—¿Qué día es hoy? —preguntó.

—Es domingo —bostezó Nina, aún soñolienta. Pero Ray pareció estresarse repentinamente.

—¡Maldita sea! ¡Hoy tengo función! —barbotó, liberándose de las mantas y preparándose para saltar de la cama.

—Ray —volvió a bostezar Nina, mirando el reloj—, son las nueve de la mañana.

Ray la miró como si pensase que estaba hablando en sueños, y le echó él mismo un vistazo al reloj.

—Pero si yo no me levanto nunca antes de las doce —farfulló.

—Bueno… nos acostamos temprano —se desperezó Nina, y, saliendo de debajo de las mantas, se puso la bata—. Relájate; tienes tiempo.

Salió de la habitación, en dirección al baño, mientras Ray se hundía otra vez en la almohada. Al cabo de diez minutos, ella volvió con una bandeja, completa con zumo y tostadas y mermelada. En cuanto la vio entrar, él soltó una carcajada.

—¿Qué es esto? ¿Servicio de habitaciones? —preguntó.

Nina dejó la bandeja sobre la cama; le dio a él una tostada, y se sirvió otra.

—Aunque te hubieses levantado a las doce, ¿cuál es el problema? —preguntó, mientras la mordisqueaba—. Pensaba que solo teníais función por la tarde.

Godorik, el magnífico · Página 169

—Es una media estadística —pitó Manni.

—Entonces, es imposible, ¿no es así?

—Sin embargo, si contemplamos la posibilidad de que todos ellos estén bajo la influencia de un dispositivo de control mental, la probabilidad sube al 4.29%.

—Sigue sin ser muy alta —rumió Godorik, y de repente dudó—. ¿De dónde sacas esos datos?

—Producción propia a partir de datos oficiales de los últimos censos —dijo el robot, y aseguró—. Máxima calidad y fiabilidad.

—Está bien —Godorik se rascó la cabeza—. Así que no es del todo imposible que estén todos controlados, pero realmente improbable.

—También hay que considerar que, si Gidolet hubiese tenido la oportunidad de utilizar ya sus implantes en todas estas personas, le habría sido más provechoso controlar en su lugar a las personas más influyentes de toda la ciudad, y no solo de la policía. Es decir…

—Es decir, que si ese fuera el caso, ya tendría bajo su poder a toda la ciudad —completó Godorik—, lo que no parece que esté ocurriendo. Gracias, Manni; eso tiene sentido.

—¿De qué estáis hablando? —se dio cuenta por fin Agarandino de que la conversación había proseguido sin él.

—Cosas de seres mecánicos —pitó Manni con sarcasmo.

—Tanto el Subcomisario como el Vicecomisario parecieron bastante razonables cuando fui a la policía —siguió reflexionando Godorik—. Fue solamente el Comisario el que se comportó como un chiflado. Quizás, si voy a hablar con ellos, podrían ayudarme de alguna manera…

—¿Y cómo vas a ir a hablar con ellos? —preguntó el doctor, que pese a que no se había enterado de mucho era rápido en volver a pillar hilos de conversaciones ajenas y hacer como que tenía alguna idea de lo que estaba diciendo—. Son policías, ¿no? ¿Has olvidado que la policía te busca?

Cualquier otro lugar · Página 42

Nina se levantó también y se acercó a su lado. Ambos callaron por unos minutos, mientras se bebían el café.

—Tienes unas buenas vistas —comentó él al fin.

—A estas horas no se ve nada —dijo ella, divertida—. Con luz, no son malas.

—Nina —dijo él de repente, volviéndose hacia ella—. Pronto me habré ido de aquí. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo imagino —contestó ella suavemente.

—No quiero que creas que… —empezó él, pero, en lugar de terminar, cambió de frase—. No sé si todo esto es una buena idea.

—Ray… —dijo ella—. No te preocupes por eso.

—¿Por qué no? —suspiró él, pegando la frente contra el cristal.

—Ya nos preocuparemos cuando llegue el momento —respondió ella—. No ahora.

Eso fue suficiente para él. La atrajo hacia así y volvió a besarla, y siguió besándola hasta que de tanto beso derramó lo que le quedaba de café y manchó la alfombra.

—¡Ah! —se sobresaltó, al darse cuenta—. Perdona, ha sido sin querer.

Dejó la taza sobre la repisa, y antes de que Nina pudiera detenerlo trató de limpiar el estropicio con la manga del jersey. Pero esto no solo no arregló el problema, sino que repartió aún más la mancha, y echó a perder ambas cosas: la alfombra blanca y la manga de su jersey.

—Deja eso, hombre, no pasa nada —intervino Nina, aunque ya era tarde para arreglarlo—. Ya se podrá quitar; y, si no, no importa.

Ray se echó a reír. Nina dejó su taza sobre la mesa, y se agachó también; y esta vez fue ella la que le estampó un beso a él. Terminaron ambos acurrucados en el suelo, ella sentada sobre las rodillas de él, y él con la espalda apoyada contra el cristal, acariciándole a ella la mejilla.

Godorik, el magnífico · Página 168

—Yo no sé nada —farfulló Godorik, llevándose una mano a la frente—. Todo esto empieza a ser demasiado para mí.

—Vamos, vamos, no te desanimes —Agarandino botó por encima de varios de los robots, y fue a darle una palmadita en el hombro—. ¿Qué has descubierto hoy?

—Básicamente, lo mismo que usted me acaba de contar —resumió Godorik—, aunque de boca de lo que parece una organización altamente ineficiente.

—¿Una organización? ¿Has encontrado a toda una organización que intenta detener esta locura?

—Sí, pero no me fío de ellos —intercaló Godorik, antes de que Agarandino saltara de alegría:

—Pero ¡eso es estupendo! ¡No me imaginaba que aún quedasen vestigios de resistencia en esa ciudad podrida! ¿Has oído eso, Manni? ¡Es estupendo!

—Sí, sí —contestó Manx, condescendiente—. ¿Por qué no te fías de ellos?

—No parecen tener la situación excesivamente bajo control —resumió Godorik, encogiéndose de hombros, y entonces recordó—. Doctor: ¿cree usted que es posible que Gidolet haya comprado a los altos cargos de la policía? Quiero decir, ¿a todos ellos?

—¿Eso es lo que te han dicho? —siguió brincando Agarandino—. ¡No sé por qué no te fías de ellos! ¡Claro que es posible! Todos sabemos que, con la decadencia de valores y la mentalidad borrega que impera hoy en día, es perfectamente plausible comprar a quien sea, y por cualquier motivo…

—Es bastante improbable que alguien pueda comprar a todos los altos cargos de la policía —intervino Manni, tranquilamente, mientras Agarandino seguía hablando sin darse cuenta de que nadie le escuchaba—. Hay exactamente 237 personas en la ciudad que tienen poder de decisión directo sobre la policía, y otras 1589.3 que pueden iniciar una investigación sobre el cuerpo. La probabilidad de que todas ellas estén compradas, o de que el número justo de ellas estén compradas y el resto sean simplemente demasiado estúpidos para darse cuenta de lo que ocurre, es del 0.0076%.

—¿1589.3 personas? —se extrañó Godorik.

Cualquier otro lugar · Página 41

—Bastante. Mi tío Simon quería que se casara…, aunque mi tía Renata no estaba de acuerdo.

—¿Son marido y mujer?

—No, son hermanos. Los de la foto son los cuatro hermanos. Pero mi tía Renata no se llevaba muy bien con mi tío Simon, y opinaba que Alina era muy joven para que la casaran…; y desde entonces y a raíz de todo ello tampoco se lleva muy bien con el resto de la familia. Es una lástima, porque todos los veranos íbamos a su casa, y era mi tía favorita.

—Pero ¿por qué se peleó con todo el mundo? —quiso saber Ray, incorporándose y dejando la foto en su sitio.

—El resto de la familia se puso de parte de mi tío Simon —explicó Nina—. Mi tía Renata también tiene sus… llamémoslas particularidades.

—¿Y tu prima? —preguntó Ray.

Nina alzó la vista bruscamente del café.

—¿Qué pensaba tu prima de todo esto?

—No lo sé. Nunca me lo dijo.

—¿Nadie le preguntó?

—Todo esto era importante para sus padres —se defendió Nina, sintiéndose de repente algo violenta—. Su matrimonio era muy relevante para la familia.

—Pero era su matrimonio —enfatizó Ray—. ¿Con quién se casó?

—Con un empresario de Niza —contestó Nina—. No llegué a conocerlo demasiado; yo era aún una niña.

Ray se echó hacia atrás en el sofá, con el ceño fruncido.

—Será mejor que hablemos de otra cosa —sugirió Nina tras un momento, y le tendió una de las tazas—. Toma; para ti.

Ray cogió la taza y observó pensativo la capa de espuma que cubría el café, cuidadosamente preparado. Pasó el dedo por el borde, distraído. Al cabo de un momento, se levantó y se acercó a la puerta del balcón. Dio por fin un sorbo al café, y luego empezó a removerlo con la cucharilla mientras contemplaba las vistas.

Godorik, el magnífico · Página 167

—Bueno… honestamente, me parece un poco rudimentario —concedió Agarandino—. Yo podría diseñar algo mejor. Pero sí, la cuestión es que es capaz de conectarse al cerebro del afectado e introducir en él señales extrañas que le lleguen desde el exterior.

—¿Qué clase de señales?

—Toda clase de señales —insistió Agarandino, impaciente; aunque luego rectificó—. Quizás he exagerado un poco cuando he dicho que podría controlar a alguien como a un muñeco. Para eso la víctima necesitaría estar muy, muy cerca del emisor de las señales, y aún así no creo que funcionase muy bien. Pero podría perfectamente implantar ideas en la mente de alguien, especialmente si lo hace de forma subrepticia.

—Eso suena muy complicado.

—La ciencia está muy avanzada, hombre —gruñó Agarandino—. Si te sorprende eso, también debería sorprenderte el cerebro artificial de Manni, o esas extremidades mecánicas a las que tan rápidamente te has acostumbrado.

Godorik echó una ojeada a sus extremidades metálicas, y reprimió el deseo de apuntar que no se había acostumbrado tan rápidamente a ellas. No era el momento de empezar esa discusión.

—¿Cómo piensan conseguir que un médico utilice este implante? —preguntó, en su lugar—. Seguramente se daría cuenta sin mucho tardar de que algo no cuadra con el aparato.

—Los médicos de hoy en día no saben mucho sobre robótica —se lamentó el doctor—. En mis tiempos…

—En tus tiempos, los médicos tampoco sabían nada de robótica —pitó Manni, resentido.

—Eso iba a decir —disimuló Agarandino, airado—. Si les dices que el cacharro sirve para tal y para cual, y tienes suficientes estudios que lo demuestren, te lo creerán sin comprobarlo.

—Pero necesitas esos estudios.

—¿Y qué? ¿Crees que tu amigo Gidolet no es capaz de producirlos también?

Cualquier otro lugar · Página 40

Él accedió. Unos minutos más tarde se encontraban subiendo las angostas escaleras que llevaban al piso de Nina, en una quinta planta.

—Esto es muy estrecho —observó Ray—. ¿Qué haces cuando tienes que subir algo voluminoso?

—¿Como qué?

—Muebles.

—No suelo subir muebles —se divirtió ella, sacando las llaves. Pero un momento después aclaró—. Si hay que subir algo muy grande, puede hacerse por el balcón.

Abrió la puerta de su apartamento e hizo entrar a Ray. Este pasó y se quedó parado en la misma entrada, contemplándolo todo con atención.

—Un lugar bonito —sentenció, tras medio minuto.

—Gracias —se sonrojó ella—. ¿Quieres algo de beber? Te ofrecería un café, pero acabamos de tomar uno.

—Nunca le digo que no a un café —contestó Ray, encogiéndose de hombros.

—Entonces, te prepararé uno —asintió ella—. Siéntate; estás en tu casa.

Nina tardó unos minutos en preparar los dos cafés. Cuando volvió al salón, Ray estaba repantigado en el sofá, contemplando un marco con una foto que había cogido de la mesilla.

—¿Quiénes son? —preguntó.

—Es mi madre, junto con mi tía Renata y mis tíos Jacques y Simon —dijo ella, dejando la bandeja con las dos tazas sobre la mesa—, y mi prima Alina, la hija de mi tío Simon.

—Se parece a ti —comentó él.

—Sí, pero es un poco mayor que yo —Nina desvió la vista—. Se casó hace casi diez años, y se mudó a Niza.

—¿Se casó muy joven?

Nina se sentó, y sirvió el azúcar.

Godorik, el magnífico · Página 166

—¿Qué circuitos? —protestó Manx—. ¡No me has dicho que conecte nada!

Discutieron durante un momento, hasta que Manni se dignó a pulsar un botón, y Agarandino a dejar de refunfuñar. El doctor apretó de nuevo sus botones, y tras unos momentos el modelo robótico se detuvo bruscamente. Cuando empezó a andar de nuevo, lo hizo con movimientos muy extraños y tambaleándose, como si algo estuviese interfiriendo con sus circuitos.

—Ha roto usted el pobre robot pulsando un botón, muy bien —dijo Godorik—. Pero ¿qué tiene eso que ver con el efecto que tiene un artefacto para la columna vertebral en un humano?

Agarandino parpadeó por un instante, y después alzó los brazos al cielo y agitó las manos (y el mando a distancia) violentamente.

—¡Cómo se nota que eres un profano! —exclamó—. No tienes ni idea de ciencia robótica.

—No, y por eso estoy esperando a que usted me lo explique —contestó Godorik, con más paciencia de la que habría esperado que le quedase después de aquel día.

El doctor debió de entender que no estaba siendo excesivamente razonable, porque no gastó más energías despotricando.

—Ese modelo tiene incorporada una versión simple del artefacto que describía esa patente —explicó, en su lugar—. Tiene varias funciones; en principio, parece que la principal es evitar que las distintas piezas que sustituyen las vértebras se desplacen… pero, por supuesto, no lo es.

—¿Entonces?

—¡El cacharro es un receptor de señales! —se escandalizó Agarandino—. Es capaz de captar señales radiadas desde cierta distancia, y de enviarlas directamente al cerebro. ¡Alguien que llevase ese implante podría ser controlado a distancia como si fuese una muñeca!

—¿Eso es posible? —gruñó Godorik para sí, maldiciendo a Noscario Ciforentes por llevar (al parecer) algo de razón.