—No, muchas gracias —respondió ella—. En verdad, solamente estaba dando un paseo.
—¿Me permite entonces que la acompañe en su paseo? —preguntó él.
—Será un placer —contestó ella.
Vagaron por los alrededores, aprovechando las últimas horas de luz. Hacía frío, pero ninguno de los dos parecía notarlo.
—Llevo mucho tiempo en el circo —explicó Ray, mientras conversaban—. No todo el tiempo en este circo, claro está. Pero he estado mucho tiempo yendo de espectáculo en espectáculo. Es un poco cansado… pero tiene sus recompensas.
—Supongo que la vida ambulante será muy divertida —aventuró Nina—, y llena de emociones.
Ray se encogió de hombros.
—Llena de emociones, sí —asintió—. Divertida… es divertida un tiempo, pero uno se cansa de todo. Me refería más bien a otro tipo de recompensas —sonrió, y agregó, con tono pícaro—. Como, por ejemplo, conocer a una joven hermosa en un momento inesperado.
—Es usted peor que mi primo —rió Nina.
—¿Y qué hay de usted? —preguntó él—. ¿A qué se dedica?
—Estudio filología francesa en la universidad —dijo ella—. Mi familia dirige una serie de empresas, y en ocasiones tengo que hacer de cara pública… aunque no muy a menudo. Desde luego, no es una vida tan interesante como la suya.
—¿Una serie de empresas? —se extrañó él—. Empiezo a comprender cómo es usted tan elegante… ¡es usted una señorita de las auténticas!
—No sé qué quiere decir con eso —se ruborizó ella.
—Digámoslo así: no es usted el tipo de persona que yo esperaría encontrar en el Circo Berlinés.
Nina no contestó.