—¿Me equivoco? —insistió él.
—No sé qué tipo de persona esperaría usted encontrar en el Circo Berlinés —protestó ella—. Si lo que me pregunta es si he estado en circos más grandes… sí, pero solo una vez. Ya le he dicho que no soy mucho de ir al circo.
—¿Y su primo escogió nuestro circo solo porque era un lugar apropiado para ligarse a su rollete? —soltó Ray.
—Está usted siendo bastante impertinente —respondió Nina.
Él suspiró.
—Perdóneme. No era mi intención —dijo—. Pero no me equivoco, ¿verdad?
—No tengo ni idea de por qué Jean quería venir aquí —afirmó Nina—. Pero, si lo que intenta es insinuar que soy una especie de princesa esnob que solo ha venido a su circo a burlarse de los pobres mortales, he de decirle que está muy equivocado. Aprecio y admiro su trabajo, a pesar de haber estado, y le repito que solo una vez, en un circo con algo más de presupuesto.
Ray la miró a los ojos.
—Es usted de armas tomar —dijo al fin.
—Insinúa usted cosas un tanto atrevidas —contestó ella. Él se echó a reír.
—Se lo advierto, no quiere usted oírme insinuar cosas «un tanto atrevidas» —provocó.
—No, no quiero —cortó Nina, tajante—, y por tanto le ruego que no lo haga.
—Es usted de armas tomar —repitió él—. Por favor, no se ofenda.
—No estoy ofendida —dijo ella—, pero me temo que se está usted imaginando cosas que no son.
—Bueno, dejémoslo ahí, pues —suspiró él—. Dice que no le gusta el circo. ¿Qué le gusta?