Pese a todo, Nina insistió en cambiarse en el baño. La ropa que Ray le había dejado le estaba muy grande, y entre eso y que el maquillaje se le había corrido completamente, parecía una mezcla entre drag queen daltónica y jugador de baloncesto con enanismo. A base de agua y jabón, consiguió quitarse el rímel y el pintalabios, y pasar a parecer, de ambas cosas, solo lo último.
Salió del servicio un poco avergonzada.
—¿Dónde puedo dejar mi ropa? —preguntó—. No quiero llenarlo todo de tierra.
—Déjala en el lavabo —contestó Ray, que, sentado de nuevo en el sofá, la contemplaba con ojo crítico.
Sintiéndose observada, Nina dejó su ropa, su sombrero y su paraguas dentro del lavabo, y volvió a salir un tanto incómoda. Nina era una chica a la que le gustaba ir siempre bien arreglada, y se conjuntaba y pintaba siempre con cuidado. Esta era la primera ocasión en la que Ray la veía sin maquillaje; y el estar embutida en aquel traje como en un saco de patatas tampoco la favorecía mucho.
—Si eres tan amable de prestarme esta muda por un día, creo que lo mejor será que me vaya a casa —sugirió, un tanto nerviosa.
—Eres guapa de verdad —comentó él de improviso, sin escucharla.
—¿Qué? —preguntó ella, confundida.
Él arrugó la nariz.
—Las chicas lleváis a veces tanto maquillaje que uno nunca está seguro de si las que son guapas lo son de verdad, o si es todo pintura —observó él, mordiéndose el labio inferior—. Pero tú sigues siendo guapa, sin maquillar y con esas pintas. —dijo, como si fuera lo más natural del mundo; y después de eso se dio una palmada en los muslos, y se levantó—. ¡Bueno! Te prometí que te enseñaría mis juegos de mesa, y nadie podrá decir que Ray Sala es un mentiroso. ¿A qué quieres jugar?
—¿Me has oído? —se extrañó ella—. Decía que, si me dejas…