Pero, a pesar de esa especie de despedida, no hizo amago de entrar en el establecimiento. Nina volvió a sentirse muy incómoda.
—Lo mismo digo —contestó, y no supo qué más añadir.
Pasó un momento sin que nadie dijera nada, y finalmente el trapecista se dio la vuelta y fue a entrar en la tienda. Nina, que se sentía un poco violenta pero que no quería parecer descortés, y que por otra parte no podía dejar de reconocer que en cierto modo no deseaba que su acompañante desapareciese dentro de la farmacia tan pronto, reaccionó.
—Eh… quería decirle que el otro día me gustó mucho su actuación, y la función en general, señor… Ray.
«Rayo» Ray se detuvo en seco, como si también él hubiese estado esperando una excusa para continuar la conversación. Se volvió de nuevo; pero, esta vez, la miró con una chispa de diversión en sus penetrantes ojos azules.
—»Ray» no es mi apellido —protestó al fin—. Es mi nombre de pila.
Nina alzó una ceja, confundida, pero terminó por dejar escapar una risa.
—Discúlpeme —dijo.
—No, no, la culpa es mía —afirmó «Rayo» Ray, tendiéndole la mano—. No me he presentado. Soy Ray Sala, trapecista del Circo Berlinés; para servirle, señorita.
—»Rayo» Ray, ¿no? —completó Nina, estrechándosela
—Por favor —se espantó él, con una carcajada—, no me llame por ese nombre tan ridículo.
—Lo lamento —dijo ella, riendo también—. Yo soy Nina, Nina Mercier.
—Encantado de conocerla, señorita Mercier —contestó él—. Entonces, ¿le gustó la función?
—Si le soy sincera —admitió ella—, el circo no es mi espectáculo favorito. Pero sí; me gustó la función.
—¿No le gusta el circo? —se extrañó él—. ¿Y qué hacía allí el otro día?