Ray se rió.
—Y ¿qué actuación le gustó más? —preguntó.
—La de usted —contestó Nina, antes de reflexionar; cuando se dio cuenta, añadió un momento después, para disimular—. También la magia fue muy entretenida.
—Me halaga —comentó él, y tras una pausa dijo—. El otro día… me llamó usted la atención. Me pareció una joven muy elegante.
—Vaya. Gracias —respondió ella, sorprendida—. ¿Por qué me sacaron de voluntaria?
—Fue al azar, supongo —él se encogió de hombros—. Aunque Amden… el mago tiene una cierta debilidad por las chicas guapas.
—¿El sorprendente Rupertini? —preguntó ella.
—El sorprendente Rupertini —asintió Ray, divertido.
—Dígame —comentó ella tras un momento, aunque no muy segura de si era buena idea sacar el tema—, no es usted el ayudante del mago usualmente, ¿verdad?
—No —negó él, y frunció el ceño—. ¿Tanto se notó?
—No, no es eso —se apresuró a decir ella—. Es que… les escuché hablar durante la pausa.
—¿Nos estuvo escuchando a hurtadillas? —se sorprendió él.
—Por supuesto que no —aseguró la joven, ofendida—. Me acerqué a la entrada a la pista, sin intenciones de ninguna clase, y escuché por casualidad un par de frases; nada más. Ni siquiera las comprendí. Solo oí que a usted algo le parecía inapropiado.
Ray suspiró.
—La ayudante del mago, Belinda, estaba algo indispuesta ese día —explicó—. Problemas de estómago, nada serio; pero hasta el último momento fue un interrogante si se encontraría bien para participar, o no. En la pausa el jefe de pista decidió que no, y que yo tendría que sustituirla. Yo protesté porque no había ensayado nunca ese número. Pero de poco me sirvió.