—¡Y ahora —anunció el jefe de pista—, nuestro fantástico, magnífico acróbata, «Rayo» Ray!
«Rayo» Ray, que a pesar de su nombre de gángster de las carreras de coches era un muchacho joven y muy bien parecido, salió a la pista, y tras saludar al público se subió al trapecio y comenzó a hacer piruetas. Su número era muy bueno, y a Nina le llamó la atención; no parecía encajar en aquel circo. Por supuesto, el buen aspecto del joven influyó bastante en su juicio cuando lo declaró, para sí, el mejor número que había visto durante la tarde.
Después de eso, hubo una pausa. Nina se levantó un momento para estirar las piernas; pero Jean y la señorita Géroux, con la excusa de que hacía frío y que aquel era el lugar mejor aclimatado, no la acompañaron.
—No sé para qué me ha pedido que venga con ellos —masculló Nina entre dientes, saliendo de la tienda principal. Era cierto, no obstante, que en el pabellón secundario la temperatura era menos agradable, y Nina volvió pronto al de la pista. Sin embargo, viendo a Jean y a la señorita Géorux haciéndose carantoñas, no quiso sentarse aún e interrumpirles, y se dedicó en su lugar a dar vueltas por el espacio disponible. Sin prestar mucha atención, se aproximó a la entrada por la que los artistas salían a la pista; y, ya que estaba ahí, y que la cortina que la cubría estaba muy despreocupadamente cerrada, echó una ojeada. Sin ni siquiera molestarse en acercarse más, vio al jefe de pista y a «Rayo» Ray.
—… que hacerlo tú —decía en ese momento el jefe de pista.
—No me parece apropiado, jefe —protestó «Rayo» Ray.
—Eso ahora da igual —contestó el jefe de pista—. Está enferma, y hay que sustituirla, y punto.
Nina se alejó, con la sensación de haber escuchado algo que no debía escuchar. Fue a sentarse de nuevo en su asiento, distraída; aunque no tanto como su primo y su acompañante, que, si se enteraron de que había vuelto, fue por casualidad.