Cualquier otro lugar · Página 59

—Que yo sepa, eres trapecista, no funambulista —rió ella, pegándose aún más a él.

—Oye, yo hago de todo —se quejó él—. Confía un poco más en mí.

Ella no dijo nada por un momento.

—Petardo —le llamó al fin, divertida.

—Petarda tú —se lo devolvió él, besándola—. Si fueses una señorita de verdad, te habrías desmayado igual que esa pobre chica.

—¡Primero me pegas un susto de muerte, y ahora te burlas de mí! —le recriminó ella, besándole otra vez—. Si quieres que me desmaye, todavía estoy a tiempo.

—Ya es demasiado tarde, querida; el momento ya pasó —se burló Ray.

Tardaron un buen rato en bajar. Cuando por fin lo hicieron, vieron que la fiesta estaba ya más concurrida; varias personas reconocieron a Nina, y tuvieron que entretenerse un rato en conversar con algunos de los aburridos viejos amigos de los señores Mercier por los que esta había temido verse perseguida toda la noche si iba sin compañía. (Aunque, viendo que los interfectos en sí tampoco eran tan insistentes, Ray se imaginó que en realidad solo había esgrimido eso como excusa para llevarlo allí.) Por fin, consiguieron escurrirse.

—Tengo que ir al baño un momento —dijo Nina, y allí se dirigieron. El palacete, que estaba habilitado para reuniones y fiestas de todo tipo, tenía baños separados para hombres y mujeres, y Ray se quedó esperando en la puerta mientras ella entraba.

—No tardes mucho —le dijo—. Las mujeres pasáis tanto rato en el servicio que cualquiera diría que los baños de chicas son portales a otra dimensión.

—¿A una en la que el tiempo transcurre más despacio? —sugirió ella.

—A una en la que tenéis que derrotar a un dragón y salvar el mundo antes de que os dejen volver —se quejó él.

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