—Déjeme los pañuelos… bien… —el mago introdujo ambos pañuelos en la bolsa—. Y ahora, hacemos el pase mágico; pase la mano por encima de la bolsa, así, y concéntrese.
Nina hizo lo que le decían. El sorprendente Rupertini metió la mano en la bolsa, y sacó los dos pañuelos… aún separados.
—No, no —reprendió a Nina, sacudiendo la cabeza—. Tiene que concentrarse más. Vamos, inténtelo de nuevo.
Sin protestar, Nina repitió el movimiento. Rupertini volvió a meter la mano en la bolsa, y sacó el pañuelo rojo… que estaba atado por uno de sus extremos al pañuelo blanco.
—¡Bravo! ¡Estupendo! —clamó, sonriente—. ¡Un aplauso para Nina!
El público aplaudió. Entonces, Rupertini terminó de sacar el pañuelo blanco… que estaba atado por su otro extremo a un pañuelo verde, y este a su vez a uno amarillo, y este a su vez a uno azul.
—Señoras y señores —dijo, mientras seguía sacando pañuelos y más pañuelos—, ¡otro aplauso para Nina!
El público aplaudió de nuevo, y «Rayo» Ray volvió a conducir a Nina hasta su asiento. Nina, a la que no se le había escapado la primera ojeada de este, lo miró directamente a los ojos mientras se sentaba; pero, esta vez, «Rayo» Ray la ignoró por completo, y volvió a la función sin dedicarle otro vistazo.
El sorprendente Rupertini siguió haciendo aparecer y desaparecer diversas cosas, incluidos varios ramos de flores y una jaula de pájaros. Al fin, dos ayudantes entraron en la pista, dejando en el centro una caja suspendida sobre cuatro delgadas patas.
—Y ahora, señoras y señores —anunció el mago—, ¡un número extremadamente arriesgado! Les ruego que guarden silencio y eviten las distracciones, ¡pues peligra la vida de un artista!