—Supuse que era algún… bueno, alguien que habías conocido en la universidad —explicó él—. No es que me pareciera una idea excelente, pero aún así… hay una diferencia de clase, Nina, que… ¿Cómo sabes que ese hombre no es peligroso?
—¿Peligroso? ¿Por qué iba a ser peligroso?
—Bueno, Nina, esa gente… Escucha, tú sabes que a mí no me gusta hablar mal de nadie, pero hay gente que no es siempre la compañía más recomendable. ¿Quién sabe lo que ese hombre podría pretender?
—¿Y qué lo diferencia de cualquier otro que podría haber conocido en la universidad? —dijo ella—. Sinceramente, Jean, no te entiendo.
—Nina, yo solo quiero tu bien —la urgió él—. Y no creo que tus padres…
Pero de improviso ella torció el gesto, y lo interrumpió con un sollozo.
—¿Cómo puedes decirme esas cosas? —le reprochó—. ¿Qué he hecho para que me trates así?
—Nina, no llores… —empezó él, muy incómodo.
—¿Y ahora vas a ir a chivarte a mis padres? —siguió no obstante ella, con las lágrimas cayéndole por las mejillas—. ¿Por qué me haces esto? Yo pensaba que tú… yo pensaba que tú me apoyabas, Jean, y no que vendrías a censurarme y a reprenderme a la primera oportunidad.
—Nina, yo no… —titubeó su primo, que no sabía cómo hacer que ella dejara de llorar; y al cabo de un momento cedió, fastidiado—. No le diré nada a tus padres… no te preocupes.
—¿Es que no puedo nunca hacer lo que quiera? —continuó sollozando Nina, como si no le hubiera oído—. Tú haces lo que quieres, Jean, y yo no te digo nada, y te ayudo cuando me lo pides. ¡Y ahora me haces esto!