—Hija —dijo entonces el señor Mercier—, venimos a hablarte de algo serio.
—¿Qué es, papá? —preguntó Nina.
—Bueno, hija, ya eres bastante mayor, y estás a punto de terminar tu carrera —comenzó el señor Mercier—, y tu madre y yo hemos creído que ya es hora de que te cases.
Nina casi escupió el café.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, atragantándose y empezando a toser.
Su madre le dio unas palmaditas en la espalda, y después dijo:
—Ya pronto tendrás veinticuatro años, Nina. Yo, a tu edad, ya estaba casada. Y hemos encontrado un muchacho muy agradable, que sin duda será un buen marido para ti.
—¿Me habéis buscado un pretendiente? —exclamó Nina, sobresaltada—. ¿Por qué habéis hecho eso?
—Te hemos buscado un prometido, querida —corrigió su padre, muy tranquilo—. Es el hijo mayor del señor Guillory, Gérard; un joven de tu edad, muy respetable y desenvuelto, que ya es directivo en la empresa de su familia. Sin duda, un buen partido para ti.
—No conozco a ese Gérard Guillory —barbotó Nina, con muy malos modos—. Pero ¿qué os hace pensar que quiero casarme con él?
—Hija mía, pues te lo acabo de decir —comenzó a perder la calma el señor Mercier—. Es un buen partido, y muy buena conexión. ¿De qué te quejas?
—¿Que de qué me quejo? —protestó Nina—. ¡No quiero casarme con alguien que elijáis a dedo para mí! ¡Quiero elegir si y con quién casarme, y cuándo, y por qué!
—Hija mía, pero qué dices —suspiró la señora Mercier.