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Vlendgeron suspiró.
—Os explicaré ahora en qué consistirá vuestra misión —dijo—. Como bien sabéis, la situación de nuestros suministros es catastrófica. El Kil-Kanan, siendo una montaña del Mal, no es especialmente fértil… y no conseguimos hacer crecer en sus laderas más que champiñones, y algún que otro cargamento de brócoli, lo cual es bastante desmoralizante, puesto que el brócoli (debido a su alto contenido en vitaminas y minerales) es considerado generalmente un alimento del Bien.
» Nuestra mayor fuente de víveres es el saqueo de los carromatos de abastecimiento benignos que se aventuran cerca de Kil-Kyron. Sin embargo, aunque asaltásemos todas las caravanas dentro de nuestro alcance, no solucionaríamos nuestros problemas de aprovisionamiento; aún peor, conseguiríamos que cada vez menos envíos se acercasen al fuerte, comprometiendo así nuestros propios intereses. Es evidente que debemos encontrar otra solución a nuestro problema, cuanto antes mejor.
» Sin embargo, no parece que haya otra solución permanente que no sea anexionar nuevos territorios, en los que poder cultivar todo lo que Kil-Kanan, en su infinita maldad, no nos da. Pero esto no es posible, por el momento; aunque podamos lanzar un ataque sorpresa sobre algunas áreas cercanas, no tenemos capacidad para mantenerlas en nuestro poder frente a las abrumadoras fuerzas del Bien. Por tanto, no nos queda más remedio que buscar otra forma de resolver nuestro problema, aunque sea de forma temporal.
» Y aquí es donde entráis en juego vosotros. Deberéis viajar a las tierras de la Bondad, e infiltraros allí como espías, con el objetivo de encontrar algún lugar o alguna manera de que Kil-Kyron pueda obtener nuevos cargamentos de víveres. Una ruta comercial especialmente desprotegida, una nave de almacenamiento fácil de saquear… cualquier cosa; tendréis que mantener los ojos bien abiertos, a fin de que no se os escape ninguna oportunidad. Pero no hagáis nada: vuestra labor es nada más que volver con información útil, y una vez que la traigáis, yo decidiré si actuar o no. ¿Lo habéis entendido?
—Sí, señor —contestó Sore, muy entusiasta. Los demás asintieron con la cabeza.
—¿Ninguna duda? —repitió Vlendgeron, un tanto escéptico.
—¡Ninguna ninguna! —exclamó el Fozo—. Solo tenemos que ir, preguntarles dónde guardan la comida…
—¡Cállate, Fozo! —se retorció Sore—. Lo hemos entendido perfectamente —aseguró al Señor del Mal.
—En realidad, yo tengo una duda —saltó Vilán.
—Dime —suspiró Vlendgeron.
—Cuando decís que no podemos «hacer nada», ¿queréis decir que ni siquera podemos dejar que nos vean? ¿O solo que no intentemos asaltar y conquistar nada por nuestra cuenta?
—Más bien lo segundo —respondió Vlendgeron—. Quiero decir que no hagáis nada que podáis lamentar sin consentimiento previo. Nada, ¿está eso claro? Y cuanto menos os vean, mejor.
—De acuerdo —aceptó Vilán, aún un tanto confundida.
—Bien —se lamentó Orosc—. De todas maneras, Pati Zanzorn os acompañará y supervisará.
—¿Qué? ¡No! —exclamó Sore—. ¡No se puede arriesgar al jefe de inteligencia en una misión! ¡Es demasiado peligroso!
—¡Oh, no importa! —comentó Zanzorn, alegremente—. Tengo el poder de multiplicarme y crear dobles de mí mismo. —y, como si fuera lo más normal del mundo, empezó a brillar y a partirse en dos como si fuera una ameba; un momento después, había dos Pati Zanzorn, exactamente iguales entre sí—. Puedo mandar a uno de mis clones con vosotros.
—La mitad del equipo de inteligencia está compuesto por Pati Zanzorns —gruñó Orosc Vlendgeron, como si se preguntase internamente en qué momento exacto su vida había dado un giro hacia el absurdo.
—Yo iré con vosotros —dijo el clon recién nacido, y un instante después saludó—. ¡Hola, mundo!