El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 48

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—Tú seguiste a esa condenada muchacha hasta las tierras del Bien, y también presenciaste el revuelo que organizó en Aguascristalinas —dijo Vlendgeron—. Esa chica parece ser la única razón para que hayan decidido atacarnos tan súbitamente, ¿no?

—Sí, señor —asintió Ícaro Xerxes—. Así me informó el benigno sujeto con quien entablé conversación: me dijo que una maravillosa muchacha había inspirado sus corazones para derrotar al Mal…

—¿Qué pasaría si esa muchacha fuese asesinada? —lo interrumpió Vlendgeron. Ícaro Xerxes pareció confundido por un momento.

—¿Planeáis su asesinato? —preguntó.

—Veo dos posibles reacciones del Bien a la muerte violenta de su nueva mascota —continuó Orosc, ignorando por completo el desconcierto de su interlocutor—: o sus tropas se desinflan, al haber perdido su limpia y adorable fuente de inspiración; o la convierten en un mártir y luchan con más ahínco, intentando honrar su recuerdo. Por supuesto, la opción que más nos interesa es la primera —expuso, mirando de reojo a sus estúpidos generales—, por lo que deberemos asegurarnos de que es la que ocurre cuando acabemos con esa muchacha.

—¿Y cómo vamos a hacer eso? —preguntó Vonagorre.

—Cerciorándonos de que esas benignas tropas nunca lleguen a enterarse de que la matamos nosotros —tronó el Gran Emperador—. Escenificaremos su muerte como si hubiera sido obra de los seguidores del Bien.

Miró a su alrededor, tratando de discernir qué pensaban de ese plan sus subordinados. Pero solo vio caras de confusión, incluida la de Ícaro Xerxes, que no parecía estar escuchándole; y excluyendo la de Barn, cuya cara de póquer era magnífica y absoluta mientras fregaba vasos, y la de Cirr, que estaba muy concentrado rascando algo de una mesa con un papel.

—Cirr —la tomó con este último, un tanto frustrado—, ¿me estás escuchando?

 

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