El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 53

53

—Estamos aquí reunidos, queridos colegas y amigos —declamó Arole Sanvinto, con pose majestuosa, en cuanto los dirigentes se hubieron acomodado bajo la pagoda de hiedra y enrejado—, para discutir nuestro plan de acción conjunta frente a las despreciables fuerzas del Mal. Como bien sabéis, mis amables compatriotas…

Los Sumos Sacerdotes y los alcaldes lo escuchaban con tanta atención que parecía que ni parpadeaban. Marinina, que descansaba cómodamente sobre el banco acolchado que le habían dejado para ella sola, miró a su alrededor; el resto de los integrantes de las comitivas, que no eran peces tan gordos, se habían quedado en las lindes del claro, y socializaban alegremente con sus paisanos de otras ciudades mientras se celebraba la reunión. Maricrís, un poco nerviosa, paseó la vista por ellos, buscando algo que ni ella sabía qué era; consiguió localizar a Aragad, que le dirigió una amable sonrisa, pero eso no la tranquilizó demasiado. No lograba librarse de la sensación de que algo iba muy mal.

—… nuestra esperanzadora enviada, la que ha inspirado nuestra causa —decía en ese momento Sanvinto. Maricrís volvió repentinamente a la realidad—, Marinina Crysalia Amaranta Belladona.

Y la señaló a ella. Todos los líderes comenzaron a aplaudir de inmediato, y se escucharon palabras de aliento y animadas interjecciones. Marinina se ruborizó y miró tímidamente a los dignatarios, uno por uno; y no pudo dejar de notar que Barbacristal no aplaudía con demasiada convicción.

—Gracias a ella, hemos logrado reunir el valor necesario para buscar dentro de nuestros corazones —continuó Sanvinto, que parecía muy satisfecho con su papel de orador principal— y enfrentarnos a aquello que sabíamos desde hace mucho tiempo: el Mal debe ser destruido, cuanto antes mejor.

—Sin embargo, Arole —intervino por primera vez Barbacristal—, durante mucho tiempo hemos pensado que no era oportuno iniciar la ofensiva, puesto que una guerra abierta crearía mucho más sufrimiento para ambas partes de lo que ahora produce la existencia de Kil-Kyron.

—Así es, mi querido Barbacristal —contestó Sanvinto, fastidiado—. Pero eso ha cambiado.

—¿Cuándo ha cambiado? —preguntó Barbacristal, recostándose relajadamente sobre su banco—. ¿Y cómo?

Sanvinto tuvo que controlarse para no bufar.

—Nos hemos percatado, gracias a esta hermosa muchacha —respondió grandilocuentemente—, de que todo este tiempo hemos estado equivocados: el Mal nunca desaparecerá por sí mismo. Tendremos que arrancarlo de las entrañas de la tierra, por cualquier método a nuestro alcance; puesto que si no lo hacemos no lograremos nada más con nuestra espera que darle tiempo para que crezca y se multiplique una vez más.

Barbacristal frunció el ceño, y no pareció muy convencido con esa respuesta; pero no dijo nada. Sanvinto se apresuró a dar el tema por zanjado lo antes posible, y abrió la boca para seguir con su discurso. Pero antes de que pudiera decir nada, Sigabir, el alcalde de Río Feliz, lo interrumpió:

—Entonces, Arole… ¿cuál es exactamente nuestro plan para derrotar a esos malvados seguidores de la Oscuridad?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *