El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 68

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Esto tomó por sorpresa a todos los benignos contendientes, tanto a los de Aguascristalinas como los de Valleamor. Barbacristal, Sanvinto, Marinina, Veritas, y los demás miembros de la compañía volvieron las cabezas y contemplaron atónitos cómo la masa de capitanía y generalidad y comandancia rodaba hacia ellos, con un intervalo de colisión esperado de no mucho más de quince minutos.

—¿Qué es esto? —bramó Sanvinto, que fue el primero en recuperar la voz—. ¿Cómo han podido adelantarse a nosotros? ¡La ventaja era nuestra!

—¡La ventaja habría sido nuestra si no te hubieras desviado con la intención de ir a sospechar de las narices de tus compatriotas! —vociferó Barbacristal, en respuesta—. Sin duda los vigías del Mal han avistado los movimientos de tropas, y han preparado rápidamente una contraofensiva.

—¡Barbacristal, no estoy de humor para tus insultos! —chilló rápidamente Sanvinto—. ¡Yo solo he hecho lo que era mejor para el Bien!

—Uhm… —trató de interrumpir Canca Veritas, sin quitar los ojos del ejército que se acercaba—, ¿qué hacemos ahora? Estarán aquí en diez minutos.

Los Sumos Sacerdotes se miraron fastidiados, y parecieron entender que la situación era un tanto urgente.

—¡Dad la vuelta! —empezó a gritar Sanvinto, gesticulando exageradamente y señalando a su columna de combatientes, que estaba vuelta hacia Valleamor y ofreciendo la espalda al enemigo—. ¡Todos los milicianos, dad la vuelta! ¡Y nosotros, retrocedamos; tenemos que llegar a la retaguardia… a la nueva vanguardia, quiero decir!

—¡Valleamorosos, avanzad! —tronaba mientras tanto Barbacristal, en dirección a los suyos—. ¡Tenemos que reunirnos con los aguacristalinos, y ofrecer un frente unido!

Así que los dos ejércitos comenzaron a moverse, y maniobraron confusamente para colocarse en posición y ofrecer una cara digna al enemigo. Para cuando los siervos del Mal se acercaron a pocos centenares de metros de ellos, habían logrado organizarse medianamente; y Sanvinto, Barbacristal, Marinina, Veritas, el jefe de los servicios sociales de Valleamor, y sus acompañantes en los tándems estaban al frente y vigilaban el avance del enemigo con expresión dignificada.

—¡El Mal! ¡Ellos lo representan! —sollozó Maricrís—. ¡Ahí los tenemos por fin!

—¡No sufráis, hermosa doncella! —trató de animarla Aragad—. ¡Les venceremos!

Pero Marinina no le escuchaba; y, en su lugar, observaba con detenimiento las filas enemigas, buscando a alguien.

—¡Allí! —exclamó al fin, sin poderse contener—. ¡Allí está él!

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