—No quiero arriesgarme a que alguien consulte qué fichas han sido copiadas y vea esa, en solitario —contestó Godorik, que estaba aprendiendo la lección de la paranoia con cada vez más ahínco.
—¡Pero eso es una fuga de información masiva! —se quejó Merricat, aunque sin mover un dedo para detener a su ex-subordinado.
—Puede usted consolarse pensando que, si alguien ve la hora a la que ha ocurrido, usted será el último de la lista de sospechosos —respondió a eso Godorik, sarcástico.
No lo había dicho en serio, pero Merricat pareció efectivamente consolarse con ese pensamiento.
—¿Para qué le va a servir esa información, de todas maneras? —continuó protestando, no obstante—. Estoy seguro de que se necesitan conocimientos extensos de informática y medicina para entender cómo puede funcionar ese implante y sus circuitos. ¿Es que ahora también es usted médico, además de terrorista?
—Conozco a alguien que puede ayudarme con ello —contestó Godorik, sin picarse. La transferencia de información terminó en ese momento; volvió a guardarse el teledatáfono y cerró todas las fichas—. Bien, Merricat, Keriv; ha sido un placer encontraros a los dos aquí, pero ahora tengo que irme.
—Yo también —dijo rápidamente Keriv, que bajo ningún concepto quería quedarse allí a solas con el jefe de planta.
—Todos tenemos que irnos —añadió este, sin embargo—. Tengo un vídeo muy prometedor que filmar. Díaz, ¿me mantendrá informado sobre la marcha de su conspiración?
—¿Está usted loco? De ninguna manera.
—No sea así; ya le he dicho que no voy a delatarle.
—No, solo piensa hacer público todo lo que le cuente —bufó Godorik—. Si doy con algo que necesite comunicar a media ciudad, se lo haré saber. Y, Merricat, espero que cumpla usted con su palabra y no diga nada que pueda ayudar a que me detengan… como que me ha visto aquí esta noche, por ejemplo. En caso contrario, le aseguro que yo también encontraré una forma de chivarme sobre su identidad secreta como el Hombre Oficinista. Aunque tenga que hacerlo desde la cárcel.