—Dígame la verdad —intervino Noscario Ciforentes, dejando de prestar atención a los que se iban—. ¿Es cierto todo lo que nos está contando? ¿Que es usted un cyborg, que estaba presente en el momento del crimen, y que ha averiguado todo lo que sabe de Gidolet por sus propios medios?
—Sí.
—No puedo negar que suena muy extraño —suspiró Ciforentes—, puesto que lo que Gidolet está haciendo es, justamente, tratar de convertir en cyborgs a todos los ciudadanos.
—En ese caso, ha tenido éxito conmigo —gruñó Godorik—. Pero por lo que he visto hasta ahora, estoy casi seguro de que lo que Gidolet pretende es comercializar una serie de implantes nocivos, que afectarán a la gente de alguna manera.
—Está usted en lo cierto. La compañía de Gidolet fue una de los mayores patrocinadores de la iniciativa 2219… no sé si habrá usted oído hablar de esa iniciativa…
—Sí, sí.
—Bien. Cuando esa iniciativa falló… o, mejor dicho, cuando se hizo que esa iniciativa fallara…
—¿Ustedes hicieron que esa iniciativa fallara? —lo interrumpió Godorik—. ¿Ustedes influenciaron a la Computadora?
—No, no fuimos nosotros —negó Ciforentes—. Fue otra organización; una muy secreta que se mueve tanto por los altos como por los bajos niveles de Betonia…
Godorik se llevó las manos a la cabeza.
—¿Cuántas organizaciones secretas hay en esta ciudad? —farfulló—. Da igual, no me lo diga. Lo que sea. ¿Qué pasó cuando falló esa iniciativa?
—No, no, un momento —carraspeó Mariana—. ¿Qué es eso de influenciar a la Computadora?
—Explíquenoslo luego —empezó a perder la paciencia Godorik—. Vamos por partes. ¿Qué pasó cuando falló esa inciativa?