—A ver si estoy entendiendo esto correctamente: habéis entrado aquí a apropiaros de cosas de otra gente, os habéis metido en problemas, y ahora queréis que yo os saque de este lío.
—¡Haces que suene tan mal! —suspiró Edri—. ¡Pero, Godorik! Estábamos intentando llevarnos un par de cacharros de los Beligerantes, que, como bien sabes, son gente muy peligrosa, y solo iban a usarlos para oprimir a pobres ciudadanos. Además, seguramente todo lo que tienen aquí es robado de todas formas.
—¿Pobres ciudadanos como vosotros dos? —farfulló Godorik.
—¿Tenemos que ganarnos la vida, sí o no? —lloriqueó Edri—. ¿Es que vas a dejar que nos maten? ¡Nosotros te ayudamos la otra vez!
—Más bien me metisteis en problemas que no tenían nada que ver conmigo, y de los que luego tuvo que sacarnos una señora con un quad —siseó Godorik.
Pero, pese a su actitud, no tardó otro momento en decidir que no podía abandonar a aquellos dos irresponsables a su suerte; los Beligerantes estaban armados, y eran realmente peligrosos.
—Está bien; ¿qué queréis que haga? —terminó por murmurar—. ¿Por qué no salís por la ventana?
—Es demasiado pequeña… no sé si cabremos —reflexionó Edri—. Además, ¿no hay moros en la costa?
—Llevo diez minutos hablando con vosotros, subido a un contenedor de basura —contestó Godorik, exasperado—. No. No hay moros en la costa.
—Bien… pero aún así, creo que no cabemos —dijo la chica.
—No cabemos, ya te lo dije antes —intervino Ran, con su tono lastimero—. Tenemos que salir de aquí pronto; creo que se están moviendo.
—¿Puedes romper la ventana? —preguntó entonces ella a Godorik.
—¡No! —saltó inmediatamente Ran—. ¡El ruido nos delatará enseguida!