—¡Pero Godorik! —protestó lastimeramente Edri—. Nosotros…
—No soy vuestro guardaespaldas, ¿entendido? Y mucho menos cuando estáis haciendo algo que vaya contra la ley.
—Pero… pero… —protestó la chica, haciendo un puchero—. Tú también haces cosas que van contra la ley.
—Sí, y no es por gusto —gruñó Godorik—. Buscaos algún negocio honrado y que no os ponga en peligro muy a menudo, y a mí dejadme en paz.
Ran farfulló algo incomprensible.
—En realidad solo estás preocupado por nuestra seguridad, ¿eh? —creyó entender de repente Edri, y esbozó una sonrisa pícara—. Si ya sabía yo que eras un justiciero, y los justicieros siempre tienen buen corazón aunque hagan como que no…
Atónito ante la capacidad de Edri de entender lo que le daba la gana, Godorik emitió un sonoro suspiro.
—Lo que sea. Si esto vuelve a pasar, me comportaré como un justiciero de verdad, y os llevaré ante la justicia. ¿Entendido?
—Claro, claro —aseguró rápidamente Edri.
—Entendido, jefe —masculló entre dientes Ran.
Godorik los soltó.
—Pues nada. Adiós.
Edri, sonriente, le dijo adiós con la mano mientras saltaba por el Hoyo, a la vez que Ran lo seguía con la vista con expresión de perro apaleado.