Godorik, el magnífico · Página 122

—¿Keriv? —preguntó, sin tenerlas todas consigo.

—¡Ay, ay! —repitió la voz—. ¿Quién anda ahí? ¡Solo he venido un momento a por algo que se me había olvidado, de verdad!

—Keriv, ¿eres tú? —Godorik se llevó la mano al bolsillo, y, aún a riesgo de que los vieran por una ventana, sacó su nuevo teledatáfono. Encendió la función de linterna casi sin mirar, y enfocó a su oculto interlocutor; que era, efectivamente, el pelirrojo Keriv, de pie entre una gran cantidad de cubos y material de limpieza que habían caído de un estante. Se tapaba la nariz con una mano, y alzó la otra rápidamente en cuanto se vio atacado con un foco.

—¿Quién es? ¿Quién es? ¡Soy el conserje! —dijo rápidamente—. ¿Es la policía? ¡No estoy haciendo nada, de verdad!

—¡Tranquilo, caray! —barbotó Godorik, en voz baja—. No soy la policía. ¡Soy Godorik! ¡Godorik Díaz!

Keriv calló por un momento, estupefacto.

—¿Jefe? —dijo al fin, muy extrañado.

—Sí —asintió Godorik, iluminándose a sí mismo por un momento con su propia linterna—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—Yo… uhm —tosió Keriv—. ¡Pero, jefe! ¿Qué pasó? Desapareciste, y luego dijeron que la policía había registrado tu casa y que eras un conspiracionista anticomputadora…

—Conspiracionista anticomputadora, y una leche —barbotó Godorik—. Lo que ha pasado es que he tenido problemas con unos terroristas, y la policía, en vez de ayudarme o de comprobar si quizás de verdad había alguien en peligro, se ha decidido a perseguirme por toda la ciudad como si fuera un criminal…

—¿Terroristas?

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