Así que Godorik volvió a escaparse por la ventana del baño, mientras Mariana tomaba el más cómodo camino de bajar las escaleras y salir a la calle por la entrada del edificio. No solo eso, sino que decidieron también descender hasta el nivel 18 por separado; Mariana tomó los ascensores, a la vez que Godorik saltaba por el Hoyo, como ya era su costumbre.
—Hay que tomar precauciones —insistió este, varias veces—. Solo faltaría que intentasen detenerte a ti también.
—Me hacía ilusión ver cómo brincabas por el Hoyo como un saltamontes —se quejó Mariana, cuando volvieron a reunirse en el lugar convenido: un pequeño parque cercano a la calle donde vivía el señor Garvelto. Como este era el nivel 18, el tal llamado parque no se parecía mucho a lo que Godorik había visto en los niveles superiores, cuando había ido a investigar a los varios Gidolets: apenas había un par de árboles metidos en macetas, y el resto era todo cemento y metal.
Se dirigieron rápidamente a la casa de Isebio Garvelto. El edificio donde este vivía estaba hecho de ladrillos rojo oscuro, y se alzaba sobre unos cimientos altos, a modo de semisótano. Para llegar al portal había que subir una escalera.
Godorik se detuvo no muy lejos y estudió detenidamente el edificio, buscando un lugar por donde colarse. Pero en las construcciones del nivel 18, que eran mucho menos elegantes que en los niveles 7 o 3 y que estaban compuestas por apartamentos mucho más pequeños, era más difícil averiguar qué ventana podía corresponder exactamente a qué piso.
—¿Qué haces? —preguntó Mariana.
—Busco un lugar por donde entrar.
—¿Vas a asaltar la casa de ese pobre hombre igual que has hecho con mi cuarto de baño?
—¿Y qué quieres que haga si no?
—Llamar a la puerta.
—Pero…
Mariana hizo un gesto despectivo, y encaminándose hacia el edificio hizo sonar el portero automático del apartamento de Isebio Garvelto.