—Es una media estadística —pitó Manni.
—Entonces, es imposible, ¿no es así?
—Sin embargo, si contemplamos la posibilidad de que todos ellos estén bajo la influencia de un dispositivo de control mental, la probabilidad sube al 4.29%.
—Sigue sin ser muy alta —rumió Godorik, y de repente dudó—. ¿De dónde sacas esos datos?
—Producción propia a partir de datos oficiales de los últimos censos —dijo el robot, y aseguró—. Máxima calidad y fiabilidad.
—Está bien —Godorik se rascó la cabeza—. Así que no es del todo imposible que estén todos controlados, pero realmente improbable.
—También hay que considerar que, si Gidolet hubiese tenido la oportunidad de utilizar ya sus implantes en todas estas personas, le habría sido más provechoso controlar en su lugar a las personas más influyentes de toda la ciudad, y no solo de la policía. Es decir…
—Es decir, que si ese fuera el caso, ya tendría bajo su poder a toda la ciudad —completó Godorik—, lo que no parece que esté ocurriendo. Gracias, Manni; eso tiene sentido.
—¿De qué estáis hablando? —se dio cuenta por fin Agarandino de que la conversación había proseguido sin él.
—Cosas de seres mecánicos —pitó Manni con sarcasmo.
—Tanto el Subcomisario como el Vicecomisario parecieron bastante razonables cuando fui a la policía —siguió reflexionando Godorik—. Fue solamente el Comisario el que se comportó como un chiflado. Quizás, si voy a hablar con ellos, podrían ayudarme de alguna manera…
—¿Y cómo vas a ir a hablar con ellos? —preguntó el doctor, que pese a que no se había enterado de mucho era rápido en volver a pillar hilos de conversaciones ajenas y hacer como que tenía alguna idea de lo que estaba diciendo—. Son policías, ¿no? ¿Has olvidado que la policía te busca?