Coroles, con la vista fija en él, se inclinó hacia delante y echó a correr hacia él. Godorik se preguntó qué pretendía con aquella maniobra; podía esquivarlo fácilmente. Se preparó para apartarse… y de repente recibió un fuerte golpe en el tórax.
—¡Ugh! —exclamó, cayendo hacia atrás. Resbaló varios metros antes de detenerse, mientras Coroles paraba en seco y le dirigía una sonrisa triunfal.
Godorik intentó ponerse en pie cuanto antes, pero se encontró con que su cuerpo le respondía con más torpeza que de costumbre. Se incorporó, pero se sentía inestable. Llevándose la mano al lugar donde había recibido el golpe, se abrió la chaqueta; y descubrió una abolladura en el lugar donde debería estar su esternón. El metal de su torso electrónico se había doblado hacia dentro, posiblemente estropeando algún circuito por el camino.
—¡Godorik! —se asustó Edri.
¿Qué había pasado? ¿Acaso se había distraído el tiempo suficiente para que Coroles se acercara y lo golpeara? ¡Pero estaba seguro de que no había sido así!
Coroles le enseñó su puño metálico, que tenía una serie de pinchos en los nudillos. Un par de ellos se habían doblado también con el impacto.
—Así que eres de metal casi por completo, ¿eh? —le espetó—. Has tenido suerte; ese golpe habría matado a cualquiera que fuese aún… humano.
—Yo soy aún humano —farfulló Godorik, intentando ganar tiempo mientras trataba de entender la situación.
—No, eres un cyborg —replicó Coroles.
—¿Y qué? Mi cerebro, mis pensamientos, siguen siendo los mismos.
—Bueno, supongo que en ese caso la distinción es principalmente semántica —se burló de él el pandillero—. ¿Preparado para seguir?
Algunos de los espectadores habían empezado a cuchichear de fondo. Nadie parecía muy contento. Edri se tapaba la boca con las manos y esgrimía una expresión lastimera.