A su alrededor, los pandilleros seguían cuchicheando.
—Callaos de una vez —les espetó Coroles.
Algunos se callaron, otros continuaron refunfuñando, y un par lo miraron desafiantes. Pero nadie dijo nada.
—¿Preparado para seguir? —se dirigió a Godorik, con sorna en la voz.
Confundido, Godorik se preguntó si rendirse. No entendía qué estaba pasando, y seguir con aquella pelea era arriesgado. Pero no hacerlo era arriesgado también, y si se daba por vencido no podría garantizar ni su seguridad, ni la de Edri y Ran.
No es que pudiera garantizarla de todas maneras.
Fijó la vista en Coroles una vez más, pero esta vez, en lugar de quedarse quieto esperándole, se decidió a atacar primero. Corrió hacia su oponente, con la intención de pegarle un puñetazo en la mandíbula. Coroles no se movió, hasta que, sin previo aviso, se encontró muchísimo más cerca de lo que había estado el instante anterior.
Godorik frenó en seco, o al menos lo intentó. Aunque el otro no llegó a tocarle (y no fue por no intentarlo), derrapó, resbaló sobre el suelo y se estrelló de cabeza contra la primera fila de mirones, que solo consiguieron apartarse a medias. Los desafortunados que no estaban lo suficientemente atentos terminaron haciéndole de colchón.
—Lo siento —se disculpó Godorik, intentando librarse de la súbita maraña de brazos y piernas en que se había metido—, perdón.
—No pasa nada, hombre —le contestó alguien, con mucho más civismo del que Godorik habría esperado de aquellos pandilleros.
—Chssssst —escuchó entonces, justo al lado de su oído—. Eh. Espera un momento.
Godorik sintió que alguien le agarraba el brazo. ¿Es que pensaban impedirle que continuara?