Coroles cayó ahora de boca, y tardó algo más en volver a levantarse.
—Ugh —gimió.
—Así que todo lo que hay que hacer para poder luchar contigo es no prestarte atención, ¿eh? —comentó Godorik, esbozando una sonrisa maquiavélica. Tampoco él se encontraba muy bien; su cuerpo seguía reaccionando torpemente, aunque se empezaba a acostumbrar a eso, más o menos. Pero se sentía mucho más ligero ahora que creía que sabía cómo vencer a aquel tipo, y más aún cuando parecía que parte del público estaba de su parte.
—Te está bien empleado —gritó alguien a Coroles.
—Querer librarse del jefe con un truco tan sucio… —se quejó uno más.
—En cuanto gane os partiré la boca a todos —bramó Coroles, y luego empezó a toser.
—Sí, excepto que no vas a ganar —replicó Godorik—. Retírate mientras todavía estás a tiempo.
—Nunca —dijo el otro, y se lanzó a por él una vez más.
Esta vez, Godorik falló al esquivarlo, y los dos cayeron rodando al suelo. Al igual que había pasado en la lucha contra Normas, comenzaron a forcejear; Coroles quiso emplear con él la misma táctica con la que Godorik había dejado fuera de combate al jefe, pero cometió el error de no dar directamente con la parte del cuello de Godorik que aún era de carne y hueso. Godorik, que ya no estaba para finezas, contraatacó pegándole un puñetazo demoledor en plena nariz. Aunque su cuerpo estaba reaccionando de forma extraña, aún tenía mucha más fuerza que un hombre normal; le rompió a Coroles la nariz y parte de la dentadura, y lo dejó, si no directamente inconsciente, tan acabado que no hizo otra cosa que caer desplomado, inmóvil.
Godorik se enderezó un poco, y se sentó con las piernas cruzadas. El aspecto que ofrecía la cara de Coroles era lamentable. Esperaba no haberlo matado.