—¡Vuelva aquí! —tronaba en ese momento el robot-altavoz, pitando a la vez con una sirena muy aguda, que sin duda alguna estaría despertando a medio vecindario— ¡Vuelva aquí, y entréguese!
Godorik se dio la vuelta y se tambaleó por aquel tejado, tratando de alejarse de allí lo más rápidamente posible. En cuanto pudo se pasó a otro sobre el que fuera algo más fácil mantenerse estable, y de ahí saltó a una alta terraza donde un canario enjaulado lo saludó con un concierto de gorgoritos. Después bajó por el costado del edificio, pensando que a las cámaras de vigilancia les costaría mucho más localizarlo si se internaba por las callejuelas.
—¡Entonces atente a las consecuencias! —escuchó que gritaba alguien. Colgando de una repisa, miró hacia abajo—. ¡Y las consecuencias van a ser muy desagradables!
En la calle había un grupo de unas siete personas, de las cuales cinco rodeaban a las otras dos. Uno de estos cinco sostenía en una mano una electronavaja, y hacía grandes aspavientos con la otra.
—¡No estás siendo nada razonable! —gritó uno de los dos rodeados, muy ofuscado, y sin que pareciera que lo intimidara el que estuviesen apuntándolo con una navaja.
—Ya he sido todo lo razonable que tenía que ser. ¡O pagáis, o nos aseguraremos de que los postes de transporte dejen de funcionar! —vociferó el otro—. ¡Y a ti te rajaré aquí mismo!
En ese momento, Godorik decidió que ya había escuchado todo lo que tenía que escuchar.
—¡Eh! —llamó, aún colgado de su repisa. Los de abajo, sobresaltándose, volvieron la vista hacia arriba—. ¿Qué demonios pasa aquí?
—¿Qué hace ese tío ahí colgando? —exclamó uno de los que acompañaban al de la navaja. Godorik se soltó y se dejó caer hasta la calle, y aterrizó elegantemente sobre el pavimento sin hacerse ningún daño.